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Actualizado: 14 de mayo de 2025


¿Cómo aquel socarrón, marrullero, siempre alerta, se había dejado llevar de aquel arrebato? No había tal cosa. Estaba muy sereno. Bien sabía su papel. Su propósito era agradar a don Álvaro, por causas que él conocía; y aunque el presidente del Casino fingiera defender al canónigo, a Foja le constaba que no le quería bien ni mucho menos.

Petra callaba inmóvil, esperando servir a su dueño. Gozaba voluptuosa delicia viendo padecer al canónigo, pero quería más, quería continuar su obra, que la mandasen clavar en el alma de su ama, de la orgullosa señorona, todas aquellas agujas que acababa de hundir en las carnes del clérigo loco.

El canónigo añadió, con tono que yo interpreté como implorante: ¿No me concederá usted el favor, si se lo ruego, de hacerme un poco de compañía? La súplica y el acento me repusieron en mi equilibrio habitual.

Sepan vuesas mercedes que toda mi hacienda queda puesta desde hoy al servicio de esta demanda. Y si el caso lo pide, hareme subir en silla a la muralla, que aún puede mi diestra disparar un venablo. Al escuchar aquella voz, el Canónigo y Ramiro se buscaron uno a otro en la obscuridad. ¡Don Íñigo! ¡Válame Dios! exclamó el Lectoral asiendo del brazo a su discípulo.

Todos protestaron; el cardenal, que tenía malas pulgas, quiso meterlos en cintura, y uno de ellos fue con la queja a Roma, enviado por sus camaradas. Cisneros, como era gobernador del Reino, puso guardias en todos los puertos, y el canónigo emisario fue hecho prisionero al ir a embarcarse en Valencia.

La protección de quien quiso dispensársela, y su buena fortuna, le empujaron de tal suene, que a los cincuenta años llegó Acolín a canónigo de una basílica, y veinticuatro meses después era preconizado obispo, con gran regocijo suyo y de su ama de gobierno.

Señor D. Gil Sanchez Muñoz, racionero de la Iglesia de San Martín de esta ciudad, canónigo de Santa María de la misma, canónigo de la metropolitana de Barcelona, y electo Papa en el día 10 del mismo Junio del año 1423 por los cardenales de la obediencia del llamado Benedicto XIII. Renunció tan alta dignidad por la paz de la Iglesia, cuya determinación participó al Ayuntamiento y capitulares de Teruel en 26 de Julio de 1429.

Pero esto era lo que menos importaba a aquel rústico. Seguro de tener a D. Juan bajo sus tacones, reía como un bestia, se rascaba la cabeza y dejaba escapar algún dicharacho grosero que ponía aún más fuera de al canónigo. Cuando, haciendo grandes rodeos, éste enteró a D. Juan de lo que ocurría, el desgraciado padre quiso volverse loco de desesperación e ira.

Atentísimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canónigo; y, cuando vio que ya había puesto fin a ellas, después de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo: -Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república; y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la caballería andante, que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.

Guillén de Castro prosiguió el canónigo, sonriendo siempre , Eurípides.... Y como sobrevino una pausa, doña Emerenciana saltó: ¿Eurípides qué? Eurípides López y Rodríguez respondió el canónigo, con espetada sorna esta vez. Se ve que era de familia humilde comentó doña Emerenciana . Y bien, ¿con cuál de los nombres hemos de llamarle? Unos me llaman por uno, otros por otro.

Palabra del Dia

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