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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Al día siguiente y á la hora de la siesta mandó el Asistente con gran prisa llamar al canónigo á su casa, el cual montó en su mula, como era costumbre, y con sus criados fué muy orondo á ver lo que se le ofrecía á su señoría, bien ageno, por cierto, de la sorpresa que le aguardaba.

Gran parte de estos recuerdos, honrosos para su memoria, se hubieran borrado sin el laudable empeño del señor canónigo doctor don Saturnino Segurola de acopiar en su biblioteca el fruto de tantos trabajos, y de franquearla generosamente a los que quieren aprovecharla. Buenos Aires, noviembre de 1836.

Y el sacerdote, falto de apoyo, viendo la hostilidad por todos lados, dejaba para el día siguiente las resoluciones enérgicas, riñendo a su sobrina cuando ésta le echaba en cara su debilidad. El canónigo Obrero, de quien impetraba socorro, no quería turbar la calma beatífica de su existencia mezclándose en la rebelión de la gente menuda.

Además, la señorita Carmen estaba cada día más chocha por su estudiante, y se creía en el pueblo que, si don Manuel Pardo negaba el consentimiento, la chica saldría depositada. También pasaban cosas terribles con la señorita Manolita: don Víctor de la Formoseda la plantaba por una artesana, sobrina de un canónigo.

Al observar la barba de Don Felipe, aquel rojo vellón donde la luz del aceite ponía ahora toques purpúreos, el canónigo pensó en las razas antiguas venidas hasta la Iberia desde los mares tempestuosos del Norte; y cerrando, a su vez, los ojos, soñó con repugnancia en bárbaros rubios y en carnosas hembras desnudas, con cabelleras color de naranja, como señaladas, desde entonces, por un reflejo infernal.

El chantre es, por derecho, el jefe de los cantores; y el chantre es un canónigo cualquiera, que nombra Roma sin oposición y que no conoce ni una nota del pentagrama. ¡La anarquía, amigo Gabriel! ¡El desprecio de la Iglesia por la música, que ha sido siempre su esclava, nunca su hija!

Además, doña Paula, cuando su hijo era un humilde seminarista, había servido en calidad de ama de llaves a Camoirán, a la sazón canónigo de Astorga. Desde entonces aquella mujer de hierro había dominado al pobre santo de cera. El hijo, ayudado por la madre, continuó la tiranía, y, como decían ellos, «le tenían en un puño». Y él estaba así muy contento. ¿Cómo había llegado a Obispo?

Por el hábito que tengo replicó el Canónigo, si estoy por decir que ha entrado en esta casa alguna legión de demonios invisibles que os van a todos revolviendo la sangre. ¿No comprendéis, hijo mío, que ese sandio y tahúr de don Enrique y esa bestia furiosa de Bracamonte no hacen sino vomitar en palabras el hondo despecho de no haber merecido honor alguno en su vida? ¿Y no se os alcanza también que, así como fijen ese alevoso pasquín que leyeron, serán uno y otro degollados por mano de verdugo, con algunos incautos que han dado en seguilles?

Después de un largo lapso de espera, comenzó a escucharse, a través de las tablas de la alhacena, cavada a medio grueso en el muro divisorio, el rumor de los que iban penetrando en la estancia vecina. No había rendija alguna por donde se pudiese atisbar; pero Ramiro y el Canónigo reconocían fácilmente a los congregados, aun cuando todos bajaban la voz con evidente cautela.

Como el Marqués no le había invitado a hacer el viaje en su coche, lo cual tal vez indicaba cierta frialdad premeditada, que De Pas fingía no sentir, tuvo el señor canónigo que ir en persona a alquilar una berlina. Mandó que le esperase fuera del Espolón a las diez en punto.

Palabra del Dia

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