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Actualizado: 14 de mayo de 2025
En suma, la de Rufete se quedó sin un cuarto, y su tío el Canónigo mostraba la mayor pachorra del mundo para enviarle fondos. ¡Ay!, esa gente de provincias cree que una onza es un millón. ¡Un mes llevaba la pobre de grandes apuros, haciendo diligencias inútiles en pro de su hermano, que en la cárcel seguía, y privada de todo, viendo tantas cosas bonitas sin poder comprarlas!
Gabriel tosía, con el espinazo dolorido por el encierro en la movible mazmorra, y la majestad de la marcha turbábase con las voces de mando del canónigo Obrero, que, con vestiduras rojas y una vara en la mano, dirigía la procesión, reprendiendo muchas veces, por sus movimientos desordenados, a los timoneles y a los que impulsaban el catafalco.
Hirió de muerte aquella dolencia á don Gaspar Esteban Murillo, que falleció el día 1.º de Mayo del mismo año de 1709, dejando sus bienes al Hospital llamado de Los Venerables, siendo sepultado el hijo del gran pintor en la nave de San Pablo de la Catedral, y colocándose sobre su sepulcro una inscripción latina, que, según la traducción castellana que da González de León, dice: ==«H. S. E.==D. Gaspar Esteban Murillo y Cabrera, Canónigo de esta santa iglesia Metropolitana y Patriarcal, varón de buenas costumbres, modesto y dotado de un alma apta para toda piedad.
El Zapaterín pasó una mañana encerrado en el cuarto, aprovechando la ausencia de su madre, que trabajaba aquel día como asistenta en casa de un canónigo. Con la ingeniosidad del náufrago que, entregado a sus iniciativas, tiene que fabricárselo todo en una isla desierta, cortó un capote de lidia en la tela húmeda y deshilachada.
El Canónigo se sentó, y, apenas se hubo llevado a los dientes un grueso bocado de pernil, vio penetrar en la estancia a la madre de Ramiro. Parecía más animada que de costumbre.
Oía a Petra sin entender bien su palique, le molestaba el ruido de la voz aguda y lacrimosa, no lo que decía, que ya no llegaba a la atención del canónigo; quería mandarla callar, pero no podía, no podía hablar, no podía moverse.... Petra habló todo lo que quiso.
Contentóse el soldado de la buena gracia del mozo, y díjole que si quería servir, que él le sacaría de aquel abatido oficio; a lo cual respondió Rincón que, por ser aquel día el primero que le usaba, no le quería dejar tan presto, hasta ver, a lo menos, lo que tenía de malo y bueno; y cuando no le contentase, él daba su palabra de servirle a él antes que a un canónigo.
Isidora no cabía en sí de júbilo. Aquel día, el 24, soltarían a Mariano. Ella misma iba a sacarle de la horrenda cárcel. ¡Oh! ¡Si no se hallara muy mal de dinero, aquel día habría sido uno de los más felices de su vida! ¿En qué había gastado lo que le diera dos meses antes el marqués de Saldeoro por cuenta del Canónigo? Verdaderamente ella no lo sabía.
Dejemos escoger la ocasión a don Enrique y a don Diego, que, llegado el caso, todos estamos dispuestos a fijarlo por nuestras manos en el sitio que convenga. Las sillas resonaron. Todos se levantaban para marcharse. Tan pronto como el Canónigo se halló de nuevo en el aposento de su discípulo, exclamó con profético vozarrón: Todo esto habrá de concluir sobre un cadalso.
¿Qué hacer continuó diciendo el canónigo con este enemigo casero tantas veces perdonado? ¿Qué hacer con este siervo alevoso, que de día nos aborda con la sonrisa en los dientes, mientras acecha de noche nuestro sueño con la mano crispada sobre corvo puñal?
Palabra del Dia
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