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Actualizado: 14 de mayo de 2025
¡Memento, homo, quia pulvis es! murmuró el P. Irene sonriendo. ¡P ! soltó Ben Zayb. El tenía preparada la misma reflexion y el canónigo se la quitaba de la boca. No sabiendo qué hacer, prosiguió Mr. Leeds cerrando cuidadosamente la caja, examiné el papiro y ví dos palabras de sentido para mí desconocido.
Entre los episodios dignos de ser recordados que tuvieron lugar en la Alameda en los largos años de nuestras revueltas políticas, citaré un gran banquete que allí se celebró en 1820 á las tropas de Riego, al cual asistió el mismo general, que á la hora de los brindis leyó uno en muy medianos versos que había escrito su hermano el canónigo don Miguel del Riego.
El original de esta memoria se conserva en el archivo privado del Señor Dr. y Canónigo D. Saturnino Segurola, que ha tenido la generosidad de franquearlo para su publicacion. Buenos Aires, 30 de Enero de 1836. MEMORIA Dirigida al Señor Marquez de Loreto, &a. EXMO. SE
Unas veces era un talle de mujer, otras una mano enorme, luego un bigote como una manga de riego; esto vio De Pas frente al balcón del gabinete; frente a los del salón las sombras de la pared eran más pequeñas, pero muchas y confusas; y se movían y mezclaban hasta marear al canónigo. «No bailan», pensó. Pero esta idea no le consolaba. Más allá del balcón del gabinete había otro cerrado.
Tomóle la mano el canónigo, aunque las tenía atadas, y, debajo de su buena fe y palabra, le desenjaularon, de que él se alegró infinito y en grande manera de verse fuera de la jaula.
Y, diciéndole al canónigo lo que pensaba hacer, él también quiso quedarse con ellos, convidado del sitio de un hermoso valle que a la vista se les ofrecía.
Sea usted liberal, que eso no es ofender a Dios, pero no sea usted un boquirroto y mire más lo que dice. Oiga usted, don Cayetano; ni la edad, ni el ser aragonés, le dan a usted derecho para desvergonzarse.... ¡Poco ruido! ¡Poco ruido! señor Fierabrás repuso el canónigo terciando el manteo.
Bien pronto el canónigo ve aparecer, a lo lejos, sobre las colinas, las sombras grises de los campesinos que se dirigen al Mercado Grande, junto a San Pedro. Comienza extenso rumor, cantos de corral, golpes de martillos en las bigornias, crujir de cerrojos, voces indefinidas. El sol acaba de asomar sobre el perfil de un collado.
Gabriel reía escuchando esta historia. Todo un hombre, créame usted, tío.... Yo le quiero porque tiene al cabildo en un puño; no es como su antecesor, aquel sopitas con leche, que sólo sabía rezar y temblaba ante el último canónigo. ¡Que le vayan a éste con roncas! Tiene redaños para entrar una tarde en el coro y limpiarlo a palos con el báculo.
En una de sus esquinas tenía el escudo y en el centro sobre la puerta de entrada una hornacina donde en otro tiempo, según los viejos, había estado un guerrero de piedra. D. César lo había sustituído por otra estatua de piedra también que le había regalado su amigo el canónigo de Oviedo.
Palabra del Dia
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