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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Reventaban de risa el canónigo y el cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen a los perros cuando en pendencia están trabados; sólo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podía desasir de un criado del canónigo, que le estorbaba que a su amo no ayudase.
Escuchó, entonces, los más imprevistos discursos, obscenas historias de convento, fablas chocarreras de clérigos amancebados; oyole decir al canónigo Zapata que el Papa era un asno; oyole contar al capitán Palominos, con cínico donaire, que en la campaña de Portugal, después de un día entero de combate, sus soldados, penetrando en una iglesia de Oporto, se bebieron el agua de las pilas, y que a él, por ser el capitán, le ofrecieron el aceite de la lámpara del Santísimo.
El Canónigo musitaba, gemía, suspiraba, con el rostro cubierto. Por fin, bajando las manos, embozose con furia, y, después de buscar la salida como un ciego a lo largo del muro, desapareció de la cuadra, dando con el pie, hacia atrás, un terrible portazo. Ramiro sintió que todo su maquinal apegamiento hacia aquel hombre acababa de trocarse en súbito rencor.
Siguió la conversación versando sobre fiestas, novenas que se preparaban, la marcha del vicario que iba nombrado canónigo de la catedral, la persona que le sustituiría, etcétera. Insensiblemente todas fueron bajando el tono de la voz hasta convertirse en un cuchicheo monótono y triste. Más que de enhorabuena parecía una visita de pésame.
El canónigo, a lo que don Quijote dijo, respondió: -En verdad, hermano, que sé más de libros de caballerías que de las Súmulas de Villalpando. Ansí que, si no está más que en esto, seguramente podéis comunicar conmigo lo que quisiéredes.
Y temiendo que la corrupción de la ciudad despertase en el hijo las mismas aficiones del padre, enviaba con frecuencia a don Andrés a la capital y escribía cartas y más cartas a los amigos de Valencia y en especial a un canónigo de su confianza, para que no perdiese de vista al muchacho. Pero Rafael era juicioso; un modelo de jóvenes serios según decía a su madre el buen canónigo.
Si el mal no está, prosiguió Simoun, en que haya tulisanes en los montes y en el despoblado; el mal está en los tulisanes de los pueblos y de las ciudades... Como usted, añadió riendo el canónigo.
Y, en diciendo esto, apretó los muslos a Rocinante, porque espuelas no las tenía, y, a todo galope, porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamás la diese Rocinante, se fue a encontrar con los diciplinantes, bien que fueran el cura y el canónigo y barbero a detenelle; mas no les fue posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo: ¿Adónde va, señor don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe católica?
No dejó el tráfico hasta que los estudios y la edad de Fermín lo exigieron. Hubo que dejar el país y por recomendaciones del párroco de Matalerejo, Paula fue a servir de ama de llaves al cura de La Virgen del Camino, a una legua de León, en un páramo. Fermín, también por influencia de Matalerejo (el cura), y del párroco de la Virgen del Camino, entró en San Marcos de León en el colegio de los Jesuitas, que pocos años antes se habían instalado en las orillas del Bernesga. El muchacho resistió todas las pruebas a que los PP. le sometieron; demostró bien pronto gran talento, sagacidad, vocación, y el P. Rector llegó a decir que aquel chico había nacido jesuita. Paula callaba, pero estaba resuelta a sacar de allí a su hijo en tiempo oportuno, cuando ella pudiera asegurarle un porvenir fuera de aquella santa casa. No le quería jesuita. Le quería canónigo, obispo, quién sabe cuántas cosas más.
Hoy mismo, con más denuedo que el Cid Campeador, irá a pedir a mi señor padre esta blanca mano, que tomará la rienda y le obligará a salir de su paso de mula de canónigo y a brincar y a estar más avispado que tu hermoso caballo negro.
Palabra del Dia
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