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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Quizá suponga que me ha ofendido cuando fué a casa y quiera desagraviarme. En el primer entreacto Aurelia recibió un hermoso ramo de camelias que le trajo una florista. De parte de aquella señora que está en el palco número once. La niña alzó los ojos y vió a Clementina que la miraba risueña. Los dos hermanos dieron las gracias con fuertes cabezadas. Aurelia se puso muy colorada.

¡Oh!, lo , lo ... A buena parte viene. ¿De modo que usted cree que no adelantamos nada con darle esquinazo?... Esta es la cosa. Nada, señor, pero nada declaró ella, disgustada ya del papel de Dama de las Camelias, porque si el casarse con Maximiliano era una solución poco grata a su alma, la vida pública la aterraba en tales términos, que todo le parecía bien antes que volver a ella.

Ni nadie afectaba, al saludarla en público, encogimiento y moderación mayores. Y parecía más arrogante, porque no iba tan pulido. Ni le decía, ni le escribía; pero quería llenarle el aire de él. A la salida del teatro, la segunda noche que fue a él Sol, ofrecía un pequeñuelo de sombrero de pita y pies descalzos un ramo de camelias color de rosa, que eran allí muy apreciadas y caras.

Las azucenas, con su túnica de blanco raso, erguíanse encogidas, medrosas, emocionadas, como muchachas que van a entrar en el mundo y estrenan su primer traje de baile; las camelias, de color de carne desnuda, hacían pensar en el tibio misterio del harén, en las sultanas de pechos descubiertos, voluptuosamente tendidas, mostrando lo más recóndito de la fina y rosada piel; los pensamientos, gnomos de los jardines, asomaban entre el follaje su barbuda carita burlona cubierta con la hueca boina de morado terciopelo; las violetas coqueteaban ocultándose para que las denunciase su olorcillo que parecía decir: «¡Estoy aquí!»; y la democrática masa de flores rojas y vulgares extendíase por todas partes, asaltaba las mesas, como un pueblo en revolución, tumultuoso y desbordado, cubierto de encarnados gorros.

Esas galas que se mueren de risa, de risa, en los baúles mundos, estarían mejor luciéndose allí.... Vamos, anímese usted, anímese usted, y yo la traeré un ramo de camelias como el que tenía anoche la sueca. No quiero eclipsar a la sueca exclamó risueña Lucía . ¿Qué será de ella si me presento yo?

Bueno: pues si es verdad que ya no estás enojada conmigo, ¿qué te hice yo para que te pusieras enojada? si es verdad que ya no estas enojada, ponte hoy mis camelias. ¡Yo, camelias! , mis camelias. Mira, aquí están; yo misma te las llevo a tu cuarto. ¿Quieres?

Largas cajas de caoba roja y pulimentada contenían camelias, jazmines de Méjico y cactos de espesas hojas. En una linda jaula de limonero y de enrejado de plata revoloteaban unos hermosos pájaros de cabeza verde, de alas purpuradas con reflejos de oro, y bonitas cotorras de Puerto Rico, con todo el cuerpo azul, un penacho de color de naranja y el pico negro como el ébano.

¡Juan! murmuró Lucía, poniéndose más blanca que las camelias. ¿Juan Jerez? dijo Sol alegrándosele el rostro, y acabando apresuradamente de sujetarse las trenzas. Lucía, en pie y ceñuda, y con los ojos puestos sobre Sol, a quien turbaba aquel silencio, aguardó apoyada en la silla de hierro, a Juan que, reparando apenas en Sol, venía hacía su prima con las manos tendidas.

Bonifacio se acordó de la Dama de las Camelias, que había leído, y de aquel Armando, que había amado hasta olvidar al suo vecchio genitor, como dicen en la ópera, y, en efecto, el órgano lo estaba recordando: «Tu non sai quanto soffrì!» ¡Pobre de ! pensó Bonis . El hijo puede ser un ingrato. Amará a una mujer más que a ciertamente.

Una de las dos, rubia, hablaba con vehemencia y en voz baja; la otra, de hermosos cabellos negros, escuchaba con los ojos bajos y deshojando el ramillete de níveas camelias que tenía en la mano. Indudablemente le preguntaban y no quería responder.

Palabra del Dia

commiserit

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