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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Se le tenía por uno de los jóvenes más formales o acaso el más formal de la villa y servía siempre de espejo a los padres de familia para afear la conducta de sus hijos calaveras: «¿No ves a Isidorito qué bien se produce en sociedad, y con qué aplomo habla sobre todas las cuestiones?» «¡Ah, si tú fueses como Isidorito, qué vejez tan dulce me harías pasar!» «¡Vergüenza te había de dar que Isidorito se hubiese hecho doctor hace ya cuatro años, y tú no hayas logrado graduarte de licenciado todavía, zopenco!»
Soñaba ahora, soñaba en los pasados tiempos; Susana y yo nos casábamos otra vez y el sacerdote, Jacobo, era... ¿Sabes quién era? ¡Tú! Melín se rió y sentose sobre la cama, con el papel en los dedos. ¿Es buena señal? preguntó Moreno. Ya lo creo: di, compadre, ¿no sería mejor que te levantases? Moreno de Calaveras se levantó con la ayuda de la mano que Melín le ofrecía. Creo que fumas.
Nuestro declamador había venido tan extemporáneamente para un negocio de su casa. Pensaba pasar en Madrid tres o cuatro semanas a lo más e irse a Biarritz en septiembre. Tenía fama de calavera, pero no de los calaveras víctimas y explotados, ni tampoco de los verdugos y explotadores.
Sobre este entarimado, en la parte media, se elevaba una mesa cubierta por un rico paño negro, lleno de calaveras y otras figuras cabalísticas. La mise en scène resultaba lúgubre, é impresionó á los alegres visitadores. Las bromas cesaron, se hablaba en voz baja y por más que algunos se querían mostrar despreocupados, en los labios no cuajaba la risa.
Las cruces de madera se habían podrido. No había más testimonio de que tal recinto era mansión de los muertos, que dos calaveras incrustadas en la pared a entrambos lados de la puerta. Por cierto que estas calaveras, no produjeron una impresión grata en don Rudesindo. En don Pedro no sabemos; pero puede sospecharse que no sería más favorable.
Porque sería profanar un día que la Iglesia consagra a las ánimas benditas: la prueba es que unos pescadores que fueron a pescar tal día como pasado mañana, cuando fueron a sacar las redes, se alegraron al sentir que pesaban mucho; pero en lugar de pescado, no había dentro más que calaveras. ¿No es verdad lo que digo, hermano Gabriel? ¡Por supuesto!
¡Cómo se burlarían, si conocieran la verdad, aquellos calaveras que en el Casino relataban sus aventuras amorosas teniendo siempre por prólogo el repentino empujón, la lucha, la posesión violenta a brazo partido al borde de una senda, bajo un naranjo o en el rincón más obscuro de una casa!
Supóngase que Cristóbal Colón perece víctima del furor de su gente antes de encontrar el Nuevo Mundo, y que Napoleón es fusilado de vuelta de Egipto, como acaso merecía: la intentona de aquél y la insubordinación de éste hubieran pasado por dos calaveradas y ellos no hubieran sido más que dos calaveras. Por el contrario, en el día están sentados como dos grandes hombres, dos genios.
Su extracto es muy corto: Una fría madrugada de invierno salían varios jóvenes calaveras de una casa en que imperaba la crápula y el desenfreno: al abrir la puerta, cayó al suelo un pobre barrendero que, hambriento y aterido, se había refugiado al hueco de su quicio para librarse de la nieve que caía con gran abundancia.
Y al mismo tiempo se siente empujado con fuerza prodigiosa. Martín abre la puerta; y, mostrando con el puño de la fusta la obscuridad de la noche, se planta en medio de la sala. ¡Vamos! ¡fuera! grita con una voz que hace temblar los vasos sobre la mesa. Los bebedores, jóvenes calaveras en su mayor parte toman sus sombreros y se retiran intimidados; apenas se oye un murmullo ahogado.
Palabra del Dia
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