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Actualizado: 27 de mayo de 2025
¿No es verdad que con esta mantillita blanca y estos rizos por la frente y estos ojillos entornados, soy capaz de dar el opio a cualquiera? Sí, a cualquier cadete repuso su hermano por lo bajo. Julita quedó un segundo suspensa, y se puso otra vez encarnada; pero reponiéndose en seguida, le dio un pellizco, diciendo: ¡Ah granuja! ¿Qué correo de gabinete te ha venido a dar la noticia?
En 1747, firmada ya la paz de Aquisgrán, los soldados españoles volvieron de Italia á España; pero nuestro cadete, que había esperado volver de capitán, no parecía ni escribía. Sólo pareció, con la licencia absoluta, su asistente, que era bermejino.
¡Sí; lo mismo que tú a su papá! respondió furioso Castro ¿Vosotras, por lo visto, os habéis llegado a figurar que soy un cadete de infantería? Pues ya veréis lo que me importa por esa señora.... ¿De veras? preguntó Alcántara. De veras: me voy aburriendo ya.
Como caminaban en sentido contrario no tardaron en acercarse y pasar uno al lado de otro, repitiéndose la misma torva mirada por parte del militar y la idéntica sonrisa por la del paisano. Miguel cruzó a la acera de enfrente para entrar en casa de la brigadiera; mas antes de efectuarlo oyó una voz cavernosa a su espalda: Cabayero; oiga V. Volviose y se encontró frente a frente del cadete.
Observó también que estaba un poco más pálido que al principio, lo cual le movió a preguntarle por dos veces si se sentía mal, pero el cadete afirmó rotundamente que se encontraba admirablemente. No obstante, allá a lo último, se puso en pie, confesando que la atmósfera del café estaba algo pesada y que sería bueno dar una vueltecita entre calles, a lo cual accedió muy gustoso su compañero.
Pero ¿cómo fue, tía? ¿Qué pasó entre mi sobrina y el cadete? Lo que pasa con frecuencia en el mundo y aquí no había ocurrido nunca. Mil veces le sermoneé a tu hermano: «Mira, Esteban, que ese señorito no es para tu hija.» Muy simpático, muy vivaracho, llevando el uniforme de la Academia como nadie y capitaneando el grupo más endiablado de cadetes en sus calaveradas por toda la ciudad.
Con frecuencia paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con hacérselas saber a su tío el cardenal. Gabriel había hablado varias veces con el cadete.
La protección enérgica de su tía Tomasa imponía respeto. Además, aquellas hembras simples, de pasiones instintivas, no podían sentir ante su fealdad la envidia hostil que inspiraban años antes su hermosura y el noviazgo con el cadete.
Gabriel sonreía oyendo al cadete. Son ustedes unos engañados, lo mismo que esos pobres muchachos que entran en el Seminario creyendo que les espera la mitra o una gran prebenda al otro lado de la puerta. Es la seducción que aún ejercen después de muertas las grandes cosas que fueron. Vamos a ver... aparte del resultado material de la carrera, ¿por qué son ustedes militares...?
Al fin se despidió lleno de gozo, prometiendo venir a buscarlas de noche para llevarlas al teatro. Al poner el pie en la calle, cortó repentinamente el hilo de sus risueños pensamientos el ver apostado en la acera de enfrente, y en actitud de espera, a lo que podía sospecharse, al cadete enamorado de su hermana. «Vaya, me parece que voy a tener que andar a pescozones con este majadero» se dijo.
Palabra del Dia
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