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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El cadete siguió todavía bastante rato hablando de sí mismo con voz de bajo profundo, contándole cien mil cosas que no le importaban nada, y afirmando a cada instante que era un hombre muy especial. Miguel no podía adivinar en qué consistía esta especialidad, como no fuese en la nuez, que, en efecto, cada vez le parecía más especial.
Cuando apenas tenía diez y ocho años, conoció y amó en una feria á un caballero cadete de infantería. El cadete amó también á la chacha, que no lo era entonces; pero los dos amantes, tan hidalgos como pobres, no se podían casar por falta de dinero.
El cadete le dejó respetuosamente la acera. Mozo, una copa... ¿de qué, D. Miguel? De agua. ¿Cómo de agua? dijo sorprendido y un tanto amostazado. Es lo único que me apetece en este momento. ¿Pero?... ¿No quería V. antes darme una satisfacción? Sí señor. Pues deme V. ahora la de dejarme beber agua, puesto que tengo sed.
Llamaron al mozo, y ambos trataron de pagar; pero éste, sea porque juzgase a Miguel con más edad y carácter para el caso o por otra causa que no es fácil adivinar, rechazó el dinero que el cadete le ponía en la mano y tomó la moneda que aquél le ofrecía. ¡Aquí fue Troya!
Bueno; si V. se empeña... Y dirigiéndose al mozo con voz ronca de mando: Con azucarillo y gotas, ¿entiendes? A mí una copa de ron. Tráete además los cigarros, para que escojamos. Se habían sentado uno frente a otro. El cadete, siempre galante, había obligado a Miguel a sentarse en el diván, mientras él se había acomodado en una silla.
El cadete, apesar de su mal estado, quería descoyuntarse dándole las gracias. ARMANDO PALACIO VALD
Y cuando las lindas transeúntes penetraban a la tienda, el dueño dejaba a sus amigos, saludaba a sus clientes con un efusivo apretón de manos, preguntaba a la mamá por ese caballero, echaba algunos requiebros de buen tono a las señoritas, tomaba el mate de manos del cadete y lo ofrecía a las señoras con la más exquisita amabilidad; y sólo después de haber cumplido con todas las reglas de este prefacio de la galantería, entraban clientes y tenderos a tratar de la ardua cuestión de los negocios.
Hubo entonces un momento terrible: una despedida desgarradora. El cadete, teniente ya, se fué á la guerra de Italia. Desde allí venían las cartas muy de tarde en tarde. Al cabo cesaron del todo. La chacha Victoria se llenó de presentimientos melancólicos.
No... si... no reza... es decir... oración mental... ¿qué sé yo?... cosas de ella. Hay que dejarla. Y suspiraba otra vez. Sí, había que dejarla. Pero a solas, don Álvaro se mesaba los rubios y finos cabellos ¡quién lo diría! se llamaba animal, bestia, bruto, como si no fuera todo lo mismo, y se decía: ¡Me he portado como un cadete!
Pero, si en medio de la narración alguna dama del gran mundo, y sobre todo de la gran política, penetraba en la tienda, don Narciso abandonaba la tertulia, saltaba el mostrador, mandaba alinearse a los dependientes desde el principal hasta el cadete, y comenzaba la batalla de los trapos con una serie de operaciones estratégicas que lo conducían indefectiblemente a la victoria por una combinación de procedimientos tan lógica como la que empleara Napoleón en sus campañas.
Palabra del Dia
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