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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Luego, pasados minutos ú horas, se oye un murmullo subterráneo y he aquí el agua que sale nuevamente de su cárcel de piedra, para devolver la vida á las raíces y las flores; con sus argentinos sonidos anuncia alegremente su resurrección á los insectos ocultos entre el césped, á todo un mundo infinitamente pequeño que esperaba su despertar para despertar ellos mismos.
Extendíase allí un lagunato, cuyas orillas estaban cubiertas de mulghe, césped fortísimo que suele alcanzar hasta quince pies de altura, y de marras, o madres de las lianas, como también se las llama por su desmesurado tamaño. No sigas, Cornelio dijo el Capitán . Entre estas plantas pueden esconderse salvajes. Pero harían algún ruido, y yo no oigo nada, tío.
Déjela, déjela, don Pancho, que va herida. Sal, niña, sal de la manigüita. ¡Ah, ah, qué bien mete uté, don Lorenso! No se ponga bravo, don Pancho!» El juego siempre iba salpicado de estas frases que olían a plátano y cocotero. Cuando los días eran largos, veíaseles allá a la tarde por las cercanías de la villa paseando también en pandilla o sentados sobre el césped a orillas de una fuente.
El sol iluminaba el césped de los jardinillos, abrillantado por la humedad y oscurecido a trechos por las sombras de las acacias, cuyo aroma embalsamaba el aire.
Si hoy tú sólo me quisieras lo mismo que ayer no me daría por satisfecha; para mí, las sensaciones que no aumentan disminuyen. ¿A ver si adivinas en dónde querría yo estar ahora? ¿Quieres que te lo diga? Pues quisiera estar bajo un grupo de rosales, tendida sobre»el césped, que se me figura suave como el terciopelo. » Me complace tu ambición por lo modesta dijo el doctor.
Como el artista, después de haber cerrado la carta reflexionase acerca del medio más pronto y seguro para hacerla llegar a su destino, vio desde la ventana de su salón, que precisamente atravesaba Beatriz en aquellos momentos el patio de honor del castillo. Este patio, muy grande, se hallaba plantado en parte de césped y de árboles.
Algunas son enormes pozos donde desaparecerían enormes ríos; otras son simples depresiones del suelo, especies de nidos bien tapizados por el césped, donde en los hermosos días de otoño se puede gozar de las tibias caricias del sol, sin temor al aire que pasa silbando sobre las hierbas secas del llano.
Adivinaba que Rosa, colocadas las cosas en el terreno serio, no se dejaría tocar la punta de los dedos. En una ocasión, sin embargo, no pudo resistir más y se entregó. Fue en las postrimerías de Julio... Estaba Rosa apacentando el ganado de casa, cinco o seis vacas y dos o tres becerros, en un prado de las cercanías. Rosa, sentada sobre el césped, miraba con ojos extáticos cómo pastaban las vacas.
Se sentó, mejor dicho, se dejó caer sobre el césped, y acometido a la vez por la admiración, el temor, el bienestar y la sorpresa, giró la vista en torno, contemplando el templo sublime de la naturaleza. No osaba mover un dedo siquiera por no turbar la majestad silenciosa y la paz de sus naves.
Lo dudaba, después que el señor Aubry se había ido; pero el fuego del cigarro que brillaba aún entre el césped, lo tranquilizó. ¿Así, pues, el señor Aubry y Jaime, no se indignaban ante la idea de que el huérfano pudiera un día convertirse en un hijo y en un hermano?
Palabra del Dia
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