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Echó pie a tierra, ató el caballo al tronco de un castaño, y se sentó sobre el césped para meditar a sus anchas. Se acordó de Ulises volviendo a Ítaca... pero él no era Ulises, sino un pobre retoño de remota generación.... El Ulises de Raíces, el Reyes que había emigrado, no había vuelto... a él no podían reconocerle en el lugar de que era oriundo.

Quiere probar si la carne de alguna de aquellas manzanitas coloradas es tan dulce y sabrosa como parece, y suele encontrarse con un mojicón de cuello vuelto ó con algún empellón que le hace dar con sus huesos en el mullido césped.

Vuelve uno lleno de polvo, hecho un asco ¡impresentable!» A Evaristo no le llaman la atención los caballos; le interesa la pista, y, sobre todo, el verde. Está deseando que se acabe la guerra para volverse a Europa, porque aquí, sin césped en la pista de Palermo, ya no puede vivir. Y Enriquito, ¿qué te dijo? ¡Ay, no me hable! Es el más frívolo y el más insulso de todos.

En el bosquecillo de verdes carrascas hay pájaros, flores y fuentes bajo la fina hierba... Al ver al señor subprefecto con sus lindos pantalones y su cartera de zapa estampada, las aves se atemorizan y enmudecen; las fuentes no se atreven a meter ruido y las flores ocúltanse entre el césped.

De la pequeña laguna de la fuente se escapa un chorrito de agua que desaparece entre las hendiduras del suelo y por entre las raíces del césped para aparecer y desaparecer alternativamente, produciendo el efecto de una serie de fuentes escalonadas.

Crónica de un día Era de los últimos de julio, por más señas, y se había acordado comer en el pinar, en un sitio de mucha sombra, suelo alfombrado de oloroso y tupido césped, con fuente fresca y abundante, y, a muy corta distancia de ella, unos detalles muy pintorescos de rocas, jaramagos y troncos viejos que Nieves no había visto nunca y le había ponderado mucho Leto.

Tendido boca arriba en el césped, contemplaba sin pestañear el firmamento, sumergiendo la mirada en sus profundos senos azules, pensando algunas veces descubrir detrás de ellos algún inefable misterio. Aquella posición le mareaba al cabo.

Junto á las corrientes de agua, en el centro del cauce y en las riberas que la humedad había cubierto de una débil capa de césped, trotaban las manadas de potros sin domar, al aire la luenga crin, arrastrando la cola por el suelo.

Cortado en su paso por una roca pulida que se levanta en medio de sus cascaditas, los vemos saltar por todas partes; unos bastante fuertes para arrastrar las piedras y otros tan débiles que apenas pueden descubrir las raíces del césped.

Vaya, no temas, muchacha, tu madre no ha oído nada, y esta noche, después del rosario, cuando tu abuelo te haya besado en la frente, trémula, inquieta, tus piececitos desflorarán el césped, y te detendrás veinte veces, conteniendo la respiración. Por fin, te sentarás, palpitante, al pie de ese bello almendro florido, cuyas hojas relucientes reflejarán la dulce claridad de la luna.