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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Inclinado hacia el río, entre él y la casa, debajo, enfrente y a la izquierda del balcón, un suelo viscoso de lastras húmedas con manchones de césped, musgos, ortigas y bardales.
Cantaban también los borrachos de dos en dos o tres en tres con voces ásperas desafinadas, metiéndose el aliento por las narices, balanceándose grotescamente, esparrancados sobre el césped. Y los mozos y mozas de la danza-prima se desgañitaban, queriendo aguzar cada vez más las notas largas, dormilonas, de sus baladas antiquísimas.
Como lo cambiaba á menudo, las tierras plantadas de maíz y los prados que bordaban sus orillas nunca tenían seguro el día de mañana: tan presto regalaban la vista y el oído con sus maíces sonorosos y su verde césped, como molestaban y cansaban los pies con sus redondos ó puntiagudos guijarros.
»Magdalena parecía ver por vez primera los árboles, las flores y el césped que adornaban el jardín. Arrancábanle exclamaciones de asombro los insectos, las aves y los reptiles; sorprendíanle, en fin, todas las manifestaciones de la Naturaleza, que, justo es reconocerlo, nunca había semejado ser tan viviente como entonces.
Se hallaba, pues, reposando dulcemente como Títiro, cuando acertó á oir cerca y detrás de los árboles rumor de conversación. No hubiera hecho alto en ello si no percibiese bien claro entre aquella charla su nombre. Se alzó, acercóse más y escuchó. Hablaban allí tendidos sobre el césped Antero, el ingeniero español y el químico belga. Es un tipo verdaderamente notable decía Antero.
Se iba á ella por estrechos caminos sombreados de avellanos. Al aproximarse hay que subir un senderito labrado en el césped por los pasos de los vecinos.
Las pendientes de césped extendidas al pie de los árboles están bastante libres de malezas para que la mirada pueda alcanzar numerosas perspectivas por debajo de las ramas.
En medio de mi desesperación, experimentaba yo un dulce consuelo pensando en que mi madre iba a descansar para siempre en aquel lugar de su predilección en vida; en la misma sombra y bajo el mismo césped cubierto de hierba, de hojas y de frutos; en aquel jardín donde tantas veces había rezado, leído o meditado sobre el porvenir de sus hijos.
Una vez que ha cumplido su deber, Juan vuelve la espalda al tiro; entra en el bosque, donde no se oyen gritos ni conversaciones, donde sólo el eco de los disparos rueda dulcemente por el aire. Se deja caer sobre el césped y dirige sus miradas a los pinos, cuyas finas agujas, bajo el sol del mediodía, lanzan reflejos como cuchillitos aguzados.
Muchas veces dormía allí su siesta debajo de un tilo, arrullado por el glu glu del riachuelo. Otras veces cuando el sol trasponía por encima de la colina solía tenderse de espaldas sobre el césped y pasar largo rato contemplando los abismos azules del cielo.
Palabra del Dia
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