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Además, cuando se incomodaba, y era muy a menudo, acostumbraba a desafiar al muchacho delincuente, y no sólo a él, sino también a toda la cátedra y al colegio entero lo mismo que hizo el Cid con el pueblo de Zamora. «¡Hombre, tendría gracia que uztede ze burlasen de !... Nada, zeñore, el que quiera reírze que lo diga francamente.

Dame detalles de vuestra instalación, de vuestras relaciones y hasta del trabajo que se te ha confiado, sin revelar, por supuesto, los secretos de Estado, pues para esto bastan los periódicos. Salgo dentro de poco para un viaje bastante inesperado, pero quiero participarte sin demora una buena noticia, y es que estoy encargado de suplir al buen viejo Marignol en su cátedra del Colegio de Francia.

Recordaba entonces la costumbre de un doctor ortodoxo, insigne filósofo persa contemporáneo, mencionada en un libro reciente escrito sobre aquel país; costumbre que consistía en castigar con duras palabras a los discípulos y oyentes cuando se reían de las lecciones o no las entendían; y, si esto no bastaba, descender de la cátedra sable en mano y dar a todos una paliza.

Uno quería un gobierno de provincia para su hermano; otro, una alcaldía en la isla de Cuba para mismo; otro, un juzgado para su pueblo; otro, una administración de aduanas para un primo arruinado por la causa de la libertad; otro, la destitución de un funcionario probo que se oponía tenazmente a ciertas pretensiones de su familia; otro, un ascenso; otro, una cátedra...; en fin, por pedir, se pedia allí hasta la luna; y el Ministro, o el Subsecretario en su deseo de complacerlos a todos, tecleaba sin cesar sobre los botones de las campanillas, a cuya música iban apareciendo los altos empleados que podían entender en aquel cúmulo de solicitudes.

Después de uno o dos minutos, empleados en colocar en la cátedra mis libros y unas cuantas notas de que me había provisto prudentemente, y durante los cuales me esforcé por poner en orden mis ideas, empecé bastante penosamente el elogio de mi predecesor, lo que no era materia fácil tratándose del pobre hombre al que sucedo.

El objeto de esta asociación es sostener una cátedra permanente de las buenas ideas, dirigir los sufragios; pero nunca patrocinar el libertinaje, ni el escándalo, ni la anarquía. No gritó otro orador, en quien se fijaban las miradas de todos, y que se levantó lleno de ira á protestar contra las palabras anteriores. No: aquí no hay traidores.

Cuando Fortunato bajaba de la cátedra deseando a todos la gloria por los siglos de los siglos, la unción del prelado corría por el templo como una influencia magnética; parecía que si se tocaban los cuerpos iban a saltar chispas de caridad eléctrica; el entusiasmo, la conversión, se leían en miradas y sonrisas; en aquellos momentos los vetustenses tomaban en serio lo de ser todos hermanos.

Llegado don Pedro á la cumbre de su carrera gloriosa con la posesión de una cátedra en el Instituto de Barcelona, visitaba todas las tardes á Cinta, pasando hora y media en su salón con exactitud cronométrica. Ni el más leve pensamiento de impureza agitó jamás al profesor.

Ahora, según parece, soy mal mirado por el gobierno, y el Padre de los Maestros desea quitarme mi cátedra para dársela á ese intrigantuelo cruel que le sirve á usted de traductor.... »Pero no hablemos de . Estoy dispuesto á aceptar como un placer todo lo que sufra por usted. Ya conoce mis sentimientos. Hablemos de su persona, pues para eso he venido.

Don Andrés le dijo que él respetaba como nadie la libertad de conciencia y de enseñanza; pero que si quería gozar de la tertulia de los señores de Roldan, debía ser como los catedráticos pagados por el Gobierno, que si son prudentes y juiciosos, se guardan sus impiedades para mejor ocasión, y en la cátedra, que es su tertulia de doña Inés, son muy comedidos y procuran no decir nada que ofenda las creencias de quien los paga o de quien los recibe.