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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Haría oposiciones a una cátedra; le admirarían los compañeros, algún profesor de carácter huraño le daría su voto, pero el resultado seguro era no conseguir nada. Los solitarios como él, sin protectores, sin atractivo social, estaban desarmados para la lucha diaria: su destino era morir.
El empeño constante del Magistral en la cátedra era demostrar «matemáticamente» la verdad del dogma. «Prescindamos por un momento del auxilio de la fe, ayudémonos sólo de nuestra razón.... Ella basta para probar...». ¡Gran interés ponía en que la razón bastase! «La razón no explica los misterios, es verdad: pero explica que no se expliquen». «Esto es mecánico», repetía, descendiendo gustoso al estilo familiar.
D. Diego de Chueca, hijo de Calcena, villa de la diócesis de Zaragoza, en cuya ciudad hizo su carrera literaria, obtuvo el grado de Teología, desempeñó cátedra de la facultad y consiguió la Canongía Magistral de la Iglesia metropolitana donde frecuentemente predicó la palabra divina con mucho fruto y edificación: el Rey Felipe IV le nombró Obispo de Barbastro y luego de Teruel, donde tomó posesión en 5 de Setiembre de 1647, verificando su entrada en la ciudad el día 29 del próximo mes: celebró Sínodo diocesano en 1657 y en él se arreglaron todas las cosas pertenecientes al buen gobierno de la Catedral, de las parroquias de la ciudad y las de las aldeas, tanto en sus rentas como en sus funciones eclesiásticas.
Los dos bueyes que necesitaba para un solo plato costaban una cantidad igual á la que recibía él por dos meses de cátedra; tres almuerzos del Hombre-Montaña acabarían con todos sus ahorros.... Y convencido de que no podía remediar su hambre, se entregó á la desesperación. Gillespie, en realidad, era menos digno de lástima que lo imaginaba el profesor.
Su antecesor rara vez subía al púlpito, y el verle a él en la cátedra del Espíritu Santo casi todos los días, despertó la curiosidad primero, después el interés y hasta el entusiasmo de los fieles. Su elocuencia era espontánea, ardiente; improvisaba; era un orador verdadero, valía más que en el papel, en el púlpito, en la ocasión.
Y del propio modo, ó sea con igual veneración que ya habíamos visto la estatua y la tumba del gran maestro, vimos después su aula y su cátedra..... El aula tiene los mismos bancos de tosco pino en que se sentaron los discípulos de Fray Luis. Dichos bancos se reducen á una viga sin alisar, para asiento, y otra por delante para apoyar el libro.
En el fondo, junto á la modesta cátedra del capellan, está un pequeño altar reducido á un Cristo, la imágen de la Vírgen y los vasos y objetos necesarios para el culto romano. Ese altar está provisto de un cortinaje oscuro y espeso. Cuando los reclusos católico-romanos están en la capilla, el altar está descubierto y funciona el sacerdote respectivo.
Finalmente, él salió tan bien con el asumpto de pícaro, que pudiera leer cátedra en la facultad al famoso de Alfarache.
Una cantidad de poca importancia para allá; pero que traducida a dinero de Europa representa cincuenta mil o cien mil francos: el producto de media docena de libros, el sueldo de ocho años de cátedra ganado en un par de meses. Ojeda se imaginaba las consecuencias del viaje.
Media hora le bastaba para ganar el sueldo de un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos: más de medio año de trabajo en la cátedra y el laboratorio.... Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida en él un descanso plácido, que resaltaba sobre la monotonía parda y laboriosa de su existencia anterior.
Palabra del Dia
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