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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Llegó la hora de los discursos, después de los cánticos, en que la voz de algunas revelaba, mejor que su cuerpo, los misterios fisiológicos por que estaban pasando.

Porque el templo de tu Dios está henchido de riquezas, y sus criminales derviches adormeciéndote con sus cánticos soporíferos, como adormece el vampiro a sus víctimas con el aire de sus alas para chuparles la sangre...»

¿Eres , acaso, la sola en cuyos ojos rasgados hay miradas que fascinan cuando miran con agrado? Acaso, , vida mía, otras no habrá que, escuchando mis tiernísimos requiebros o mis amorosos cánticos, con sonrisas y miradas me den de mi amor el pago...? ¡Muchas habrá! ¿quién lo duda?

Con esta gran obra de defensa contra las oleadas maleantes que llegan hasta aquí en épocas determinadas desde los absorbentes centros políticos y administrativos del Estado, ¡si viera usted qué sonido tienen en las concavidades de este recóndito lugarejo los cánticos de las sirenas de allá; las pomposas vociferaciones de los charlatanes y traficantes políticos, esos Dulcamaras embaucadores, encomiando específicos que han fabricado ellos mismos, tomando la salud del pueblo por disfraz de sus codicias personales! ¡Si viera usted cómo disuenan esos cánticos y voceríos entre el acordado son de estas costumbres casi patriarcales!

Los barrios extremos confluían al centro de la ciudad, como en los días ya remotos de las revoluciones. Se juntaban los grupos, formando una aglomeración sin término, de la que surgían gritos y cánticos. Las manifestaciones pasaban por el centro, bajo los faros eléctricos que acababan de inflamarse.

A más de mediodía volvió la custodia a la Primada. Gabriel, al pasar junto a la puerta del Mollete, vio adornados los muros exteriores con los famosos tapices. Terminados los cánticos de despedida, los sacerdotes se despojaban rápidamente de sus vestiduras, buscando la puerta a la desbandada, sin saludarse. Iban a comer más tarde que de costumbre; aquel día extraordinario turbaba su existencia.

En vano aplico el oido: Enmudece la memoria, Y á mis cánticos de gloria No responde el porvenir; Que al descender al abismo La corteza de mi alma, No se verá ni una palma Sobre la frente lucir! Oh musa, vuelve otra vez A tu celeste morada, Que el abismo de la nada Pronto me va á devorar; Pero antes, rompe las flechas De mi carcax no vacio: Mi brazo perdió su brio, Y el arco se va á quebrar!

El santo tabernáculo De la igualdad preciosa Protegerán impávidos Con su égida gloriosa, Guardando el testo bíblico Del inmortal decálogo Que á un mundo redimió. Aéreo coro de ángeles Entonará mil cánticos Como la brisa plácidos; La libertad en tanto, Como vision espléndida, Tendiendo el ala rápida Se elevará hasta Dios.

A Candido le vino la curiosidad de ver los sacerdotes, y preguntó donde estaban; y el venerable anciano le dixo sonriéndose: Amigo mio, aquí todos somos sacerdotes; el rey y todas las cabezas de familia cantan todas las mañanas solemnes cánticos de acciones de gracias, que acompañan cinco ó seis mil músicos. ¿Con que no teneis frayles que enseñen, que arguyan, que gobiernen, que enreden, y que quemen á los que no son de su parecer?

Todas las niñas que en Sarrió hay la bienvenida le van a dar. Y desde entonces, como si aquélla fuese la señal, no cesaron de requebrar en sus cánticos al magnate. El cual, dirigiendo el monocle unas veces a la derecha, otras a la izquierda, y sacudiendo la cabeza con benévola sonrisa, repetía por lo bajo: ¡Precioso, precioso! ¡Un tapiz de Teniers! ¡Un paisaje de Lorrain!

Palabra del Dia

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