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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Ni siquiera se acordaban de cubrirle las piernas con una manta; así que, al ir a moverle de la butaca, solían encontrarle frío, como entumecido.

Quiso ocupar una butaca, pero la marquesa se opuso. No; aquí, á mi lado. Así nadie podrá oirnos. Y lo obligó á sentarse en el sofá, junto á ella. Tenía el rostro pálido y la mirada dura, como si aún estuviese conmovida por recientes y desagradables impresiones. La pelea de Pirovani y Canterac había pasado á segundo término en su memoria.

Ella, comprendiendo que el efecto que en los tales causaban sus grandes ojos de ternera y enérgico seno, se esponjaba y hablaba alto, para decir, por supuesto, mil simplezas, que el bueno de Torres escuchaba sin pestañear, aletargado en su butaca bajo el peso de la peluca, impuesta como un castigo.

De la cuestion del caballero que no quería dejar la butaca, de la llegada del Capitan General se apercibió apenas; miraba hácia el telon de boca que representaba una especie de galería entre suntuoso cortinaje rojo, con vista á un jardin en medio del cual se levanta un surtidor. ¡Cuán triste se le antojaba la galería y qué melancólico el paisaje!

Cambió de fisonomía, sus manos temblaron, y viendo á Herminia que, aterrada, se había detenido á tres pasos, se puso á gritar: ¡Mi hija! ¡Oh, Dios mío! ¿Me aborreces ya? Entonces ¿qué va á ser de ? Grandes sollozos sacudieron nerviosamente á la solterona, que, avergonzada de su debilidad, se cubrió el rostro con las manos y cayó aniquilada en una butaca.

Pero aquel día no tuvo ni una mirada para aquel cuadro familiar y dejándose caer en una butaca, se abandonó a un verdadero acceso de misantropía agresiva. Su tío, su prima, su madre misma, pasaron allí un mal cuarto de hora. ¡Oh! ¿De qué no son capaces esos vividores camastrones que olvidan los derechos sagrados de la familia?

Pero su digestión de esquimal harto no le permitía indignarse, y escuchó con expresión amable a su hermana, que, inclinada sobre él, apoyándose en su misma butaca, le hablaba mimosamente, como si fuese una niña. Hay que seguir las costumbres, Juan; si no, los criados, en vez de respetarla a una, se encargan de desacreditarla.

La poca energía de su alma la aplicó toda a entrar en casa con los ojos secos. Llegado el domingo, Tirso salió muy de mañana; Leocadia, después de disponer los desayunos, ayudó a levantar a su padre y, cuando tuvo que sentarle en la butaca, llamó a Pepe, que se estaba vistiendo para ir a ver a Paz. ¡Pepe, Pepe! gritaba desde la alcoba de don José ven, que sola no puedo poner a papá en el sillón.

El silencio, un terrible silencio de plomo se extendió como por encanto por el salón. La Bonnetable tomó la actitud de una persona gravemente ultrajada y la de Dumais, aplastada en su butaca, no tuvo siquiera el recurso de decir como de costumbre: ¡Oh! Francisca...

El secretario apareció a los pocos minutos, y sin traspasar el marco de la puerta, dijo con afectada solemnidad: Su Ilustrísima va a llegar en este momento. Obdulia cerró los ojos y se agarró con más fuerza a la butaca. Cuando los abrió tenía delante de la figura imponente del prelado. La estancia se hallaba a media luz a causa de la pantalla que cubría el quinqué.

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