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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Aunque se defendiese contra ella, el P. Gil no podía menos de sentir cada día más afición a este desgraciado. Una mañana departían los dos en el gabinete de la torre que servía de despacho y biblioteca. D. Álvaro había pasado toda la noche tosiendo. Estaba fatigado, molido. Al cabo de un rato cerró los ojos y se quedó traspuesto en la butaca.

Ocupaba el centro de la casa una sala grande con dos dormitorios, uno a cada lado: el de la derecha para doña Carmen y Julia; el de la izquierda para Clotilde y su marido. La enferma, casi privada de poder acostarse, pasaba muchas horas sentada en una gran butaca, junto a un ventanón, al través de cuyos cristales, pequeños y emplomados, se descubría un hermoso y pintoresco valle.

Núñez guardó silencio unos instantes, sacó un cigarro, lo encendió y arrellanándose con toda comodidad en una butaca dijo: Siempre he sospechado que el talento me había de perder.

Acércate, hija mía, acércate... Yo no puedo salir a recibirte. Tenía la pierna extendida y el pie rodeado de franela. ...Pero mi corazón va a tu encuentro; , mi corazón va a tu encuentro. Lacante dijo esto dos veces, como para convencerse bien a mismo. La muchacha se arrodilló al lado de su butaca y le besó la mano, en la que cayeron unas lágrimas.

Se dejó caer en una butaca mirando al rededor, como si no se cansara de contemplar lo que veía; pero de repente palideció. En la cabecera de la cama y en marcos de oro acababa de ver los retratos de su madre y de su hermana. Vestidas de negro, tristes y desmejoradas, parecían llorar al ausente.

Y dejando caer de nuevo la cabeza poblada de greñas sobre la butaca, cerró los ojos con soberano desprecio. Los tertulios del maestrante volvieron su atención al juego, sin dejar de reír. Pero el conde quedó muy pronto pensativo y distraído otra vez. Al cabo, no pudiendo reprimir el desasosiego de sus nervios, levantose de la silla. Vamos, D. Enrique, ocupe usted mi puesto.

Tirso, entonces, llegó hasta la butaca y abrazó a su padre, quien, cogiéndole la cabeza entre las manos y oprimiéndosela contra su pecho, permaneció unos instantes sin proferir palabra, presa de una emoción honda y callada. Hubo un momento de profundo silencio.

Si no fuera más que eso... suspiró la abuela, sentándose en una cómoda butaca, mientras yo me instalaba modestamente en una silla. Magdalena me tiene consternada. Y se puso a contar con vehemencia sus penas.

Pues al día siguiente pide busté lo mismo, y le cobran treinta y sinco. ¿As esto formalitat? ¿As esto desensia?... Luego busté va al teatro, y por ver una mala comedia le llevan tres pesetas... An Barselona, por una peseta ¿sabe? está toda la noche muy arrellanado en una butaca y oye una ópera cantada por los mejores artistas catalanes, con cuerpo de baile, y además, si quiere, ve también volatines, ¿sabe?

Vaya respondió el cura, usted exagera las cosas... ¿No soy yo una vencida?... Sin embargo replicó el cura mientras la abuela se enjugaba una lágrima, no hay que ver las cosas tan negras... Podría usted ganar una enfermedad del estómago añadió intentando una broma. Tengo ya tan malo el corazón... murmuré apoyando la cabeza en el respaldo de la butaca. Siento rencor por la sociedad entera.

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