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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Luego se encaminaron a tientas a una butaca, pero no se habían sentado aún, cuando en una de las puertas interiores apareció el respetable cliente con una vela en la mano y seguido de dos testigos. La inocente muchacha aprovechó la confusión para hacerse humo.

En cuanto llegó a casa se metió en la cama, con una fiebre altísima. Ya está descifrado el enigma, padre Gil dijo D. Álvaro desde su butaca viéndole entrar. La sonrisa con que acompañó estas palabras era tan contraída y extraña que daba frío. ¿Qué enigma? preguntó el P. Gil, un poco agitado por el presentimiento de alguna desgracia.

Sin embargo, por las mañanas antes que el barbero llegase, cuando tío Manolo envuelto en su bata le esperaba sentado en la butaca leyendo los periódicos, tenía todo el aspecto de una ruina venerable: aun después de salir fresco y rozagante del cuarto, un ojo experto y curioso podía notar en ocasiones, en que andaba la tintura descuidada, ciertas vislumbres de plata en la raíz de la patilla.

Una vez cloroformizado, sus facultades mentales quedaban en suspenso. ¿Para qué valía entonces el agujero? Se puso un trozo de aglutinante sobre la herida; vendose la frente con el pañuelo y se dejó caer en una butaca. La tristeza y el desaliento se apoderaron de aquel hombre ilustre.

Pablo, sin hacer caso de la interrupción, prosiguió: Después con Teresa y Encarnación, Elvira y Generosa. De Cecilia no, porque está comprometida, y algo diría también de mi señora doña Paula, que, sin ofender a nadie, es la más hermosa de todas. ¡Qué pillastre! exclamó ésta admirada del donaire de su hijo. Pablo se había levantado de la butaca, y abrazó a su madre con efusión.

En aquel momento dirigió los ojos hacia el lugar donde reposaba Magdalena, y levantose de súbito, apoyando la mano sobre uno de los brazos de su butaca con una fuerza insólita, exclamando con visible emoción: ¿Quién es aquel que está ante la tumba de Magdalena? Dime, ¿quién es? Después sentose de nuevo, diciendo: ¡Ah! no es un extraño: es él. ¿Quién? exclamó Antoñita precipitándose al exterior.

Por el suelo quedaban esparcidos despojos de la batalla: cazos, almireces, cuernos de buey. En la escalera se oía el ruido de los vencedores, que subían celebrando el fácil triunfo. Delante de todos entró don Eugenio, que se echó en una butaca partiéndose a carcajadas y palmoteando. El cura de Boán le seguía limpiándose el sudor.

Uno de aquellos jóvenes se levantó del asiento y estrechó la mano del sabio con veneración diciéndole: Señor Pareja, me haría usted el más desgraciado de los hombres si no influyese para que me reservaran una butaca el día del estreno de su drama.

Pero tal expresión soberbia y feroz hacía aún más incitante su hermosura, porque gusta particularmente á la humana naturaleza lo inaccesible, y porque es opinión muy seguida entre los sabios que vale más el pellizco de la mujer arisca que el beso de la tierna. Miss Florencia, después de sentarse en la butaca, quedó con los ojos clavados en la lumbre.

Era menester que Gonzalo corriese a casa y trajese una butaca. Ahora, siéntate aquí a mis pies. El mancebo se postraba y besaba con entusiasmo los manos que la gentil esposa le tendía. ¡Sansón y Dalila! exclamaba ella riendo y hundiendo sus manos como copos de nieve en la rubia y rizada barba de su marido. Tienes razón respondía él dando un suspiro. Un Sansón sin cabellos.

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