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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Aquella armonía dura hasta que Pablito se encarga de desbaratarla lanzando repentinamente en medio de ella su vozarrón de carnero. Las costureras suspenden el canto y levantan asustadas la cabeza. Después se echan a reir. El bello Pablito, recostado en su butaca allá en otro rincón, se ríe también con fuertes carcajadas de su gracia.

Entraron los dos en aquella pieza que servía de salón y despacho á don Carlos, y mientras una criadita preparaba el mate, vió el oficinista por una puerta entreabierta á la hija de Rojas sentada en una butaca de mimbres, con aire pensativo y triste. Llevaba traje femenil, y al abandonar las ropas masculinas parecía haber perdido su audacia alegre de muchacho revoltoso.

Todo aquello era hábil y prudente y adecuado para asegurar la suerte de su hija. Pero cuando se manifestaba más contento, un rumor que vino del pasillo le hizo saltar en la butaca, ponerse lívido. ¿Qué tienes, hombre? ¡Ese ruido!... Es Jacoba...

Miguel, que fumaba tranquilamente en una butaca sin atender a lo que su primo decía, preguntó en tono distraído: ¿Pero no habría algún medio de sustituir esa suerte de picas? ¡Ninguno! gritó Enrique. ¡Absolutamente ninguno! Bien, hombre, bien; no te enfurezcas.

¡Vea usted lo que está diciendo, señor Aldama! profirió Cirilo perdiendo la paciencia e incorporándose en la butaca . Considere usted que con esas reticencias me está usted ofendiendo y que yo no le he dado motivo alguno para ello.

Tus mejillas vuelven a tener su color natural; ya ha desaparecido de ellas el brillo extraño que me sorprendió cuando entré y la triste palidez que las cubría entonces. Ya te encuentras mejor, Magdalena; ya estás bien, hermana mía. Magdalena se dejó caer en la butaca, inclinando el rostro, medio oculto por sus blondos cabellos, cuyos bucles acariciaban con leve roce la frente del mancebo.

No dejaba de observar un momento a mi rival, y veía cómo se apoyaba con familiaridad en el respaldo de su butaca, y le hablaba en voz baja, y se reían y, en fin, otras muchas cosas que apenas hubiese podido tolerarte a ti, al amigo de la infancia. La irritación, los celos terribles que todo esto despertaba en , fueron la prueba de mi apasionamiento... ¡Pero no me escuchas, Amaury!

Esas son tonterías, Ricardo... Mi enfermedad es mortal, y si no ya se vera... Mi marido no quiere creerlo; pero pronto se ha de convencer... No me quejo de mimo, no... ¡Ay, querido, si supieses lo que yo padezco sentada en esta butaca!

Miguel hizo una mueca risueña a su hermana, le dijo adiós con la mano y se dirigió con paso firme a la sala, precedido de la criada, quien al llegar a la puerta levantó la cortina y le dejó el paso. La brigadiera Ángela, que estaba sentada en una butaca, se levantó al ver a Miguel, pero no avanzó a su encuentro.

Se había sentado en uno de los brazos de la butaca de su padre y, como Tirso ocupaba una silla baja, ella le veía de alto a bajo, mirándole y remirándole la coronilla, muy sorprendida de que un hermano suyo tuviese aquello en la cabeza. A las doce volvió Pepe y almorzaron, ocupando cada cual su puesto en torno de la mesa.

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