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Actualizado: 3 de junio de 2025
Mariano le oía espantado y con despecho. ¡También Gaitica, aquel ser de la última gradación moral, aquel hombre a quien Pecado consideraba como inferior, se sublimaba por la virtud de su pequeño capital, adquirido en infames juegos de azar, y quería revestirse de la dignidad del burgués pacífico, del propietario conservador, y clasificarse entre los ciudadanos probos, que son base, sustento del orden social!
En los poetas románticos, de inspiración, es más aceptable ese vicio absurdo y abyecto yo juzgo de esto con un criterio rabiosamente burgués . Es raro en Poe, que fué el espíritu del equilibrio, del análisis matemático ved La carta robada, El doble crimen de la calle Morgue, El escarabajo de oro , que al escribir sus cuentos enunciaba y resolvía los más sutiles problemas matemáticos.
Yo me confieso, señor, que sin enmienda a los pasados yerros cobré a vuestra orden los cien ducados en Gante del burgués Guillelmo Goffren: confiésome asimismo que sin mandato, ni contraseña de maese de campo, ni otro superior, con más arrojo que discreción los puse a lidiar, usurpando el título que no tenía de señor de ellos, en aquel negro negociado de palo y pinta.
Una podadera le había abierto el cráneo, rompiendo los huesos. Los brutos parecían satisfechos de su obra. Mialo decía uno de ellos. ¡El aprendiz de burgués! Se muere como un pollo... Ya vendrán luego los maestros. Juanón prorrumpió en blasfemias. ¿Esto era todo lo que sabían hacer? ¡Cobardes!
Hacía versos, música, pintura, daba su opinión en todas las cuestiones, imponiéndola, como uno de esos oficiales jóvenes que al entrar en un salón burgués lo llenan con sus arrogancias y suficiencias, enardecidos por el silencio de los contertulios, que temen un lance de honor. Era un eterno teniente encanecido bajo una corona imperial y perturbado por los incesantes triunfos de su vanidad.
El que emprende esos trágicos derroteros, o triunfa o se muere. Casi nunca se adapta a un ambiente mediocre, metódico o «burgués».
Los restos del Orfeo del ramaje se disuelven en el estómago del negro burgués subterráneo. Después de una vida de cinco ó seis semanas, que le parece larguísima, la cantora cae de lo alto del árbol, extenuada por tanta música, tanta poesía, tanta embriaguez ruidosa. El sol seca su cadáver y los transeúntes lo aplastan con sus pies.
La presencia de Juanón les imponía respeto. Además, por el fondo de la calleja avanzaba otro joven. Aquel no sería de la idea; algún retoño de burgués, que se retiraba a su casa. Mientras Montenegro agradecía a Juanón su oportuna presencia, que le salvaba de la muerte, verificábase un poco más allá el encuentro de los braceros con el transeúnte. Las manos, burgués; enséñanos las manos.
Había, para todos los errores, una inagotable tolerancia; el bizarro marqués de Fimarcon se escapaba por las noches, disfrazado de mujer, de la cárcel, adonde le llevó un sucio asunto de intereses, para ir á los bastidores de la Opera; otro noble remitía á la bailarina señorita de Pélissier 20.000 francos en un billetito, donde le declaraba su amor, y el mismo venerable cardenal de Fleury sonreía bonachón y se encogía de hombros ante las lamentaciones del modesto burgués que iba á pedirle justicia contra el raptor de su hija....
Cayeron sobre él, rodeándolo, con las podaderas y las hoces en alto, mientras los otros espectadores huían, refugiándose en el teatro. ¡Ya tenían, por fin, lo que buscaban! Era el burgués, el burgués ahíto, al que había que sangrar, para que devolviese al pueblo toda la substancia que había sorbido... Pero el burgués, un joven robusto, de mirada tranquila y franca, les contuvo con un gesto.
Palabra del Dia
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