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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Al llegar a los corrales, los jinetes delanteros se apartaban, quedando fuera de la puerta, y todo el tropel de toros, avalancha de polvo, patadas, bufidos y cencerreos, metíase en el recinto con ímpetu arrollador, cerrándose prontamente las vallas sobre el rabo del último animal. Gentes a horcajadas en los muros o asomadas a unas galerías los azuzaban con sus gritos o agitando los sombreros.
El calor se iba haciendo por momentos intolerable. D. Peregrín dejaba escapar por sus narices de trompeta unos bufidos semejantes a los de las locomotoras, y se alzaba sobre las puntas de los pies, sin lograr enterarse de nada. ¡Si al menos tuviera la estatura de su hermano Juan!
Sonaron furiosos los cencerros; las bocas abiertas de los espectadores, ocultos en la obscuridad, tragaron varios golpes de polvo, y pasó como una pesadilla el rebaño feroz, monstruos informes de la noche, que trotaban, pesados y ágiles a la vez, estremeciendo sus moles de carne, dando horrorosos bufidos, corneando a las sombras, asustados e irritados al mismo tiempo por los gritos de los zagales que los seguían a pie y por el galopar de los jinetes que cerraban la marcha acosándolos con sus picas.
Tanto hizo Segunda y tales enredos armó, que Estupiñá entró una mañana, gruñendo y echándoselas de hombre de mal genio que tiene que contraer todos los músculos de su cara para enfrenar su indignación. A cuanto le decían Segunda y su hermano, respondía con bufidos; y si la señora de Izquierdo no me le sujeta por un brazo, de fijo que echa a correr por las escaleras abajo. «No se puede tratar con estas tías farfantonas... Vaya usted al rábano. Vaya usted muy enhoramala». Pero dando estos respiros a su ira verdadera o falsa, ello es que no se marchaba, y Segunda le metió casi a la fuerza en la alcoba. Obedeciendo a un impulso instintivo, Estupiñá se quitó el sombrero en el momento en que sentía los chillidos del heredero de Santa Cruz que estaba pidiendo la teta con mucha necesidad. Al ver que el hablador descubría su venerable cabeza, Fortunata sintió en su alma inundación de alegría, y se dijo: «Eso es, saluda a tu amito.
A la misma hora Teodoro Golfín salía de la casa de Penáguilas. Llegose a él Choto y le dijo atropelladamente no sabemos qué. Era como una brusca interpelación pronunciada entre los bufidos del cansancio y los ahogos del sentimiento. Golfín, que sabía muchas lenguas, era poco fuerte en la canina, y no hizo caso.
Unos cuantos varazos repartidos a ciegas por Zarandilla hicieron cesar el estruendo de coces y relinchos, y las bestias tornaron a alinearse ante los pesebres, exhalando los últimos restos de su agitación con bufidos y temblores. El aperador condujo a Salvatierra a una habitación grande, de paredes enjalbegadas, que le servía de despacho.
Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte; los niños le miraban enfurruñados; los hombres se escondían para evitar penosas excusas y las mujeres salían á la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira á punto para rogar á don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas á sus bufidos y amenazas.
Ahora todos permanecían silenciosos, con gesto de enfurruñamiento, pensando en la propia suerte, sin preocuparse de lo que dejaban á su espalda. Fuera del parque zumbó un ruido de muchedumbre. Negrearon los caminos. Empezaba otra vez la invasión, pero con movimiento de reflujo. Pasaron durante horas enteras rosarios de camiones grises entre los bufidos de sus motores fatigados.
27 Este se ata las espuelas, se sale el otro cantando, uno busca un pellón blando, este un lazo, otro un rebenque, y los pingos relinchando los llaman dende el palenque. 28 El que era pion domador enderezaba al corral, ande estaba el animal bufidos que se las pela... y más malo que su agüela, se hacia astillas el bagual.
Además, por encargo suyo, vigilaba el joven la impresión y corregía las pruebas. ¡El senador tenía tantas ocupaciones!... Cada vez que Isidro le presentaba un pliego impreso, don Gaspar examinábalo minuciosamente, dando bufidos de satisfacción ante las páginas que presentaban gran cimiento de notas. Las que aparecían con el texto solo, provocaban en él un mohín de disgusto.
Palabra del Dia
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