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Actualizado: 7 de junio de 2025
En el primero están el rio y sus orillas mismas; en el segundo, la línea de localidades y puertos, donde se ve un considerable movimiento de mercancías y trasportes, y la doble cinta que describen el ferrocarril y el camino carretero que giran de cada lado; en el tercero, interminables viñedos, monótonos y tristes por su regularidad, cubriendo extensos planos inclinados ó faldas de pequeñas colinas; en el cuarto, las lejanas montañas del Taunus, de tinta oscura, cubiertas de bosques de pinos, abetos y encinas; por último, el inmenso pabellon de un cielo de color azul pálido y vago, que parece reflejar las brumas de la vieja Alemania.
En el siglo XV, en efecto, debieron construirse los machones que sirven de refuerzo en los dos pórticos de oriente y occidente, y que cortan ambas arquerías árabes en tres crujías de á tres arcos cada una; la mayor parte de la cornisa que sostiene el alero, en que solo se conservan á trechos algunos canes ó modillones de la fábrica primitiva, alternando con las molduras del estilo ojival; y por último las repisas del mismo estilo que sostienen las canales de desagüe de los estribos, entre las cuales se distinguen tres preciosas gárgolas de ingeniosa forma, y sobre todo, un ángel que sirve de ménsula, con las rodillas dobladas y las manos juntas, tan bello por su espresion y por el estilo de su ropage, que á no estar en aquel silencioso y místico paraiso del patio de los Naranjos, donde parece imposible se hagan sentir jamás las inclemencias del invierno, causaria lástima verlo espuesto á la accion destructora de las brumas y las nieves.
Pero sus notas van debilitándose también; el bombo, que hasta entonces había hecho discretamente su parte, suena más fuerte, en cambio, porque sus sordos golpes llegan más lejos que los otros sones. Caminan juntos en silencio; ni uno ni otro se atreve a hablar. El brazo de Gertrudis tiembla bajo el de Juan; éste contempla las brumas de reflejos verdosos que se alzan de las praderas.
Un torrente de lágrimas salió de mis ojos al pronunciar estas palabras: un torrente de lágrimas dulces, como son siempre las del agradecimiento. Después, más sereno y animoso, senteme en el fatal banquillo, y seguí contemplando la ciudad, que empezaba a romper las brumas que la envolvían para recibir de nuevo las caricias del sol.
En lontananza, la cadena del Forez erguía sus mamelones donde la nieve refulgía cual una caperuza de plata; los gigantes de Auvernia, vaporosos y grises, parecían fantasmas de neblina; el castillo de Borbón Busset surgía de las brumas con sus torreones señoriales, avergonzando al pacifico palacio de Randán, con todo el desdén de un Borbón legítimo hacia la rama degenerada de los Orleáns.
De pronto, todo desaparece desde la base hasta el vértice; la montaña se ha perdido enteramente entre las brumas, después baja la tormenta desde las cimas, fustiga aquel mar de pesados vapores y aparece de nuevo el gigante, «negro y triste, entre el vuelo eterno de las nubes.» #La niebla y la tormenta#
P. D. ¡Cuidadito con no escribir! Te castigo: no vuelvo a pensar en tí.» La carta de Angelina fué para mi alma entristecida como el rayo del sol que disipa en valles y riberas las brumas que dejó la tempestad. Me sentí dichoso y feliz, feliz y orgulloso de ser amado. Algo como un soplo de primaverales vientos inundó mi alma y vino a reanimar mi desmayado corazón.
Tan pronto como desembarcamos y mientras los marineros encendían lumbre para guisar la sopa de peces, me llamó el patrón, y mostrándome una pequeña cerca de piedra blanca, perdida entre las brumas en el extremo de la isla, me dijo: ¿Quiere usted venir al cementerio? ¡Un cementerio, patrón Lionetti! Pues, ¿dónde nos encontramos? En las islas Lavezzi, señor.
Francisco Delaberge se despertó con una sensación de confusa alegría, según sucede cuando por la mañana se conserva aún la impresión de un hermoso sueño desvanecido; después, disipadas ya las últimas brumas del ensueño, se percató de que su vaga alegría era causada por el recuerdo de su conversación con la señora Liénard; pero al propio tiempo recordó que aquel mismo día había de regresar la joven viuda a Rosalinda y su alegría se desvaneció al pensar en su prolongada residencia en Chaumont.
Me parece que los días eran como unos velos que se corrían despacio, uno sobre otro, y estos velos caían sobre mi memoria, y poco a poco iban apagando y oscureciendo lo que en ella había. Al cabo de cierto tiempo empecé a verle... así como entre brumas, lejos; y con las ocupaciones, todo lo que yo pensaba se interrumpió para dar lugar a otras cosas.
Palabra del Dia
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