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El viento había aumentado; el Rafaelito volaba como una gaviota; la costa, despejada de brumas, formada por cantiles obscuros, se veía clara y distinta. Los cuatro marineros del patache, obedeciendo la orden del patrón, comenzaron a meter a golpes de mazo una cuña grande al palo más alto para inclinarlo a barlovento.

Ahora, la parda estepa, al salir de las brumas algodonosas del amanecer, palpitaba con nueva vida. Miles y miles de hombres estaban acampados en torno de la ciudad. Había nuevas poblaciones hechas de lona, calles rectangulares de tiendas, ciudades de barracas de madera, construcciones enormes como iglesias, cuyas paredes de lienzo temblaban bajo las ráfagas.

El viento frío, los pitos arromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las máquinas, las mismas ondas ventrudas de aquel mar estañado, el vapor que caminaba rumbo a la gran bahía, todo decía: all right. Entre las brumas se divisaban islas y barcos.

Era hermoso, era joven, me adoraba con sus ojos misteriosos de animal de la selva, y yo, sin embargo, lo encontraba ridículo y me burlaba de él cada vez que balbuceaba en inglés uno de sus cumplimientos orientales... Temblaba de frío, le hacían toser las brumas, movíase como un pájaro bajo la lluvia, agitando sus velos lo mismo que si fuesen alas mojadas... Cuando me hablaba de amor, mirándome con sus ojos húmedos de gacela, me daban ganas de comprarle un gabán y una gorra para que no temblase más.

Poe es aparte. Sus borracheras son fecundas, así como las de Paul Verlaine. Son lúcidos, con una maravillosa clarividencia, a través de las brumas espesas de la borrachera. Musset bebió románticamente para olvidar. No se podía ya embriagar «de amor ni de virtud» y se embriagó de ajenjo. «Cuidad de estar siempre ebrios», dijo Baudelaire.

No puede usted formarse idea, señor, de lo traidoras que son esas brumas. Eso nada importa; nadie me quita de la cabeza que la Ligera debió perder el timón de madrugada; porque, por muy densa que fuera la bruma, sin una avería, el capitán no hubiese venido a estrellarse aquí. Era un experto marino, a quien todos conocíamos.

Yo, ofuscado por la luz de sus ojos, que, como dos acumuladores eléctricos, iban lenta y suavemente magnetizándome, la escuchaba sin pestañear, acariciado por aquel acento andaluz, dulce y salado a la vez, cuyo recuerdo hace suspirar a más de un inglés en las brumas de la Gran Bretaña. ¿De qué hablaba?

Todo este conjunto, cerrado casi de continuo por compactas nieblas, predispone fuertemente á la melancolía. No concibo pueda reírse al pasar el puente de la Princesa. Aquel panorama oprime el alma, aquellas alturas concentran en un círculo de tristeza el espíritu, y las brumas que se corren desde las quebradas del Banajao, las da vida la fantasía, convirtiéndolas en sombríos sudarios.

En otoño, el follaje adquiere diversos tonos, dominando los matices obscuros y rojizos; marchitase después y cae á tierra y la cubre con espesa capa de hojarasca que zumba al menor soplo de aire. Penetra libremente la luz solar en el bosque por entre las desnudas ramas, pero penetran también nieves y brumas.

Jamás el hombre aleve podrá borrar la estela que tus sencillas naves dejaron en el mar; el genio de la historia por tu recuerdo vela y tu glorioso nombre los siglos guardarán. La noche del olvido no puede con sus brumas de tu memoria egregia las luces apagar; constante el mar azota las peñas, y en espumas tan sólo se convierte su furia pertinaz.