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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
Detrás de los cristales brillaban unos ojuelos inquietos, muy negros y muy redondos. Terciaba el manteo a lo estudiante, solía poner los brazos en jarras, y si la conversación era de asunto teológico o canónico, extendía la mano derecha y formaba un anteojo con el dedo pulgar y el índice.
Y para probar su firmeza de hiena, sin otro amor que el de la sangre, cogió con sus manos huesosas la cara de Marieta, la levantó para verla más de cerca, contemplando sin emoción las pálidas mejillas, los ojos negros y ardientes que brillaban tras las lágrimas. ¡Bruixa... envenenaora!
Sólo entonces pude observar que estaba dotado de una amabilidad exquisita y de una vasta instrucción, y que, a una excesiva modestia, se unían en él un ingenio fino y sumamente delicado, un carácter noble, pensamientos elevados y generosos... en una palabra, una multitud de buenas cualidades, que habían permanecido ocultas, y que ahora brillaban en todo su esplendor.
En el corredor, junto a la escalera, encontró a la enfermera; se hallaba completamente vestida, y sus ojos brillaban. ¡Doctor! murmuró. Estaba tan emocionada, que no podía continuar. ¡Doctor! repitió, sin alzar la voz. ¡Ah, es usted! ¿No se ha acostado todavía? Es ya tarde. ¡Doctor! ¿Qué hay? ¿Necesita usted algo? ¡Doctor! Le faltaron ánimos. ¡Quería decirle tantas cosas!
En su encogimiento parecía implorar perdón anticipadamente por todo lo que hiciese. Sus ojos brillaban en la sombra lo mismo que su fuerte y nítida dentadura.
Pasaban los postes telegráficos como pinceladas amarillas sobre el fondo negro de la noche, y en los ribazos brillaban un instante, cual enormes luciérnagas, los carbones encendidos que arrojaba la locomotora. El pobre hombre estaba intranquilo, como si le extrañase que le dejara permanecer en aquel sitio. Le di un cigarro, y poco a poco fue hablando.
Y el viejo se conmovía, coloreábase su tez, gesticulaba con entusiasmo, y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel centenar de telares y una turba activa y laboriosa en torno de ellos.
Sus azules ojos de vidrio brillaban inmóviles con más fulgor que la pupila humana. Sus cabellos, de suavísima lana rizada, podían compararse, con más razón que los de muchas damas, á los rayos del sol; y las fresas de Abril, las cerezas de Mayo y el coral de los hondos mares, parecían cosa fea en comparación de sus labios rojos.
Los niños han venido de sus escuelas, y las personas crecidas han dejado sus tiendas, sus talleres y los campos con el objeto de divertirse; porque hoy empieza á regirlos un nuevo Gobernador. Como Ester decía, era mucho el contento y alegría que brillaban en el rostro de todos los presentes.
No había camino del castillo a la puerta de la tapia; la avenida principal estaba casi borrada por las hierbas y por los arbustos. En dos ventanas del castillo brillaban luces; miradas melancólicas que parecían observar algo a través del follaje. El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.
Palabra del Dia
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