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Actualizado: 15 de julio de 2025
El primer movimiento de Ester fué cubrir la letra con ambas manos; pero fuese orgullo ó resignación, ó la idea de que la pena á que había sido condenada la satisfaría más pronto por medio de este dolor indecible, resistió el impulso y se irguió en su asiento, pálida como la muerte, mirando con tristeza profunda á Perla cuyos ojos brillaban de inusitado modo.
El resplandor daba de lleno en el rostro del joven: en la sombra quedaban Clara y la devota, y los ojos negros, profundamente negros de ésta, brillaban en el fondo sombrío de la sala con vivacidad felina.
No; usted vendría conmigo... Con usted mejor. Le miró un momento, y luego sus ojos volvieron hacia el mar. Estaban húmedos, como si esta contemplación agolpase las lágrimas en sus córneas. Brillaban con una luz nacarada semejante a la de la luna. De pronto, sus labios empezaron a murmurar algo como un rezo.
Su cara, tan pálida como las sábanas, se destacaba sobre la obscura encuadernación de los libros y sus ojos hundidos brillaban en la penumbra. Me vio en la rendija de la puerta, donde estaba yo medio escondido, y me hizo una señal con la mano. Sus labios se movieron al mismo tiempo, pero su débil voz no pudo llegar hasta mí. ¿Qué quiere? pregunté a Polidora que estaba allí.
Los ojos de Blasillo brillaban ciertamente tanto como las facetas centelleantes de los frascos de vidrio: Vamos a Alejandría, comandante dijo incorporándose.
Reinando en Córdoba Abde-r-rahman brillaban en otras iglesias doctores muy insignes, como Eterio en Osma, Beato en Liébana, Félix en Urgél, Elipando en Toledo, etc., etc.; y en el oscuro horizonte de la afligida iglesia de Sevilla empezaba á amanecer la estrella de Juan Hispalense.
No faltaban allí algunos veteranos de las grandes guerras de Francia, pero en su mayoría formaban la Guardia Blanca jóvenes arqueros, robustos mocetones ingleses, sobre cuyos petos lucían ricas bandas de seda y oro y brillaban las piedras preciosas, muestra evidente del abundante botín recogido en su larga campaña del sur.
¿A dónde vamos hoy? repitió el ciego. A donde quieras, niño de mi corazón repuso la Nela, comiéndose el dulce y arrojando el papel que lo envolvía . Pide por esa boca, rey del mundo. Los negros ojuelos de la Nela brillaban de contento, y su cara de avecilla graciosa y vivaracha multiplicaba sus medios de expresión, moviéndose sin cesar.
Era un hombre enorme, membrudo, con los pómulos salientes, la mandíbula cuadrada y fiera, el pelo recio e hirsuto invadiéndole la frente, y unos ojos profundos que, en ciertos momentos, brillaban con el resplandor verdoso de los felinos.
Aquello que se llamaba en los libros la poesía, se le había muerto a él años atrás; ya lo creo, hacía muchos años.... ¡Las estrellas! ¡qué pocas veces las había mirado con atención desde que era canónigo!... De Pas se detuvo, se descubrió, limpió el sudor de la frente y se quedó mirando a los astros que brillaban sobre su cabeza sumidos en el abismo de lo alto. «Tenía razón Pitágoras; parecía que cantaban». En aquel silencio oía los latidos de la sangre de su cabeza... y también se le figuró oír otro ruido... así como de campanillas que sonasen muy lejos.... ¿Eran ellos? ¿Eran los coches que volvían?
Palabra del Dia
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