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Actualizado: 15 de noviembre de 2025


Levantó su frente en la que brillaban la inteligencia y la voluntad, y prosiguió: Yo soy esa mujer que le ama y que le ofrece la mano. Si usted la admite, tendrá en mi una compañera resuelta y adicta. El bien que usted se propone hacer á la humanidad á cambio del mal que de ella ha recibido, lo haremos juntos.

Brillaban sus negros ojos, por entre las largas y sedosas pestañas, como la luz del sol que arreboladas nubes mitigan. Era su tez como de leche y rosas. Esbelto su talle: elevada su estatura. A pesar de las flotantes y blancas ropas que velaban su cuerpo, se presentía y se adivinaba que era todo él maravilloso y armónico conjunto de perfecciones casi divinas.

Los medios puntos de cristales, que brillaban al sol como bocas ígneas, tragaban y tragaban gente. Por la noche continuaba el desfile á la luz de los focos eléctricos.

De vez en cuando brillaban sus ojos con siniestro fulgor, como si el alma del anciano fuera presa de un incendio, que se manifestara solo de tarde en tarde por una rápida explosión de cólera y momentánea llamarada. Esto lo reprimía el médico tan pronto como le era posible, y trataba entonces de parecer tan tranquilo como si nada hubiera sucedido.

Las mas altas cimas de la cadena de Monte-Blanco, cuya cúpula no es posible ver desde Chamonix, brillaban ya iluminadas por los argentinos rayos del sol, en tanto que en el valle, á las cuatro y media de la mañana, vagaban todavía las últimas sombras de la noche. Donde quiera reinaba el movimiento: en las puertas de los hoteles, en las calles vecinas y en los afueras del pueblo.

Precedíalos un hombre de cincuenta á sesenta años de edad, de robusto cuerpo y atezado rostro, bajo cuyas pobladísimas cejas brillaban dos ojos de imperiosa y penetrante mirada. Llevaba larga barba entrecana y todo en su aspecto y ademanes revelaba al hombre acostumbrado á mandar y á ser obedecido.

Allá abajo las luces de Oviedo brillaban como una gran constelación, destacándose sobre ella la silueta de su torre: allá arriba, espesos nubarrones tapaban casi por completo el firmamento, dejando solamente algunos móviles agujeros por donde se vislumbraba el centelleo de las estrellas. ¡Arre, Lucero! ¡up! ¡up! La gallarda pareja marcha al través de la noche sombría. ¡Up! ¡up!

El primer día, Gabriel volvió varias veces la cabeza con alarma, creyendo que unos pasos sonaban detrás de él. Fuera del templo aún lucía el sol. Brillaban las ruedas de colores del rosetón de la gran portada como un plato de flores luminosas. Abajo, entre las pilastras, la luz parecía aplastarse con la sombra.

Bajo el casco de acero brillante como un espejo, con sus dos alas de blancas plumas, caían los rubios bucles, brillaban con salvaje furor los ojos verdes y parecían palpitar las aletas de la nariz con indomable fiereza.

Ramona vió de pronto con horror un rostro pálido donde brillaban dos ojos airados de loco. Pablito escuchó detrás una voz estridente que gritaba: ¡Toma, bribón! Y al mismo tiempo sintió un fuerte topetazo en la espalda. Volvióse rápidamente. Vió el semblante desencajado, fatídico, de Valentina, la cual blandía en la mano derecha un arma. El joven comprendió que estaba herido de muerte.

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