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Actualizado: 20 de julio de 2025


Mi tutor creía que en esa casa me hablarían mal de él y esto le contrariaba. ¡Como si todo cuanto pudieran decirme fuese á hacerme olvidar sus bondades! Aunque fuera un monstruo, no por eso habría dejado de ser mi segundo padre. Por la noche, la soledad de la casa y el silencio del campo le fastidiaron y se fué á París.

Severiana estimó en lo que valían las bondades de la dama para con la pequeña; hízola entrar en su casa, y le ofreció una silla de las que llaman de Viena, mueble que en aquellos tugurios pareciole a Jacinta el colmo de la opulencia. «¿Y mi ama doña Guillermina? preguntó Severiana . Ya que viene ahora todos los días. ¿Usted no me conoce?

Repentinamente anunció que se marchaba á la mañana siguiente: tenía un pasaporte para Suiza, y de allí se dirigiría á Alemania. Ya era hora de volver al lado de los suyos; agradecía mucho las bondades de la familia... Y Desnoyers la despidió con irónica agresividad. Saludos á von Hartrott; deseaba cuanto antes hacerle una visita en Berlín.

En tales ocasiones le tiraba de la oreja aquel amo ideal, y le decía: Entretente, si quieres, no hay en ello inconveniente por mi parte; pero no te fatigues demasiado. El infeliz muchacho, confundido por tantas bondades, se escondía en su habitación y lloraba de ternura. Pero no pudo conservar por mucho tiempo aquel cuarto tan cómodo y aseado, contiguo a las habitaciones del amo.

Soy el cenobita de estas soledades; me hacen compañía las aves, el sol, la brisa campestre llena de bondades y el recuerdo de una difunta ilusión. Al caer la tarde, por este camino a quien fresca sombra los árboles dan, pasa con sus dichas el buen campesino montado en el lomo de su carabao .

Esperaba tranquilizarme con ese tono jocoso, pero en su cara, pálida y un poco contraída era tan doloroso el esfuerzo para sonreír, que no pude contener las lágrimas. Mi padre me alargó la mano, torpe y pesada, y me dijo con una especie de melancólico asombro: Pero, entonces, ¿me quieres?... ¡Lo dudaba, después de las bondades que tiene para continuamente!

Pensaba: Me han salvado de la miseria, me han hecho hombre; si yo enfermara se alarmarían, pero nunca adivinarán el dolor moral que me ahoga... ¿Conocerán nunca mi corazón? ¡Ah! si supieran hasta qué punto sus bondades han desarrollado la sensibilidad de este corazón, si supieran cómo los amo. ¿No se sorprenderían de mi audacia?

Temió Leto que esta aclaración de las otras dos hipérboles sonaran demasiado recio en los oídos de Nieves, y se apresuró a decirla: La ruego a usted que no a estas palabras otro alcance que el muy modesto que llevan: las mayores bondades de usted conmigo no harán jamás que yo confunda los puestos ni las distancias: desde el suyo humildísimo goza el más pobre de la tierra los beneficios del sol y del aire que le dan la vida... No si habrá acabado usted de comprender lo que he querida decirla.

Yo no tengo la culpa; ha sido contra mi voluntad, bien lo sabe Dios.... Al principio creí que no era posible, que sólo me daba usted... lástima... y así... mucho agradecimiento por sus bondades conmigo... Creía yo que una mujer casada sólo puede querer a su marido.... Si alguien me dijese que era esto... le insultaría, de fijo.... Pero a fuerza de cavilar... no, yo no lo acerté, ni por pienso.... Fue otro, fue quien conoce y entiende más que yo de los misterios del corazón.... Mire usted, si yo supiese que era usted feliz, me hubiera curado... y también si alguien me mostrase compasión a su vez.... ¡Caridad! ¡Compasión!... Yo la tengo de todo el mundo... y de ... nadie, nadie la tiene.... Así es que.... ¿Se acuerda usted de lo alegre que era yo?

Los pobres, como ya hemos dicho, á quienes había hecho el objeto de sus bondades y de su beneficencia, á menudo deprimían la mano que se extendía para socorrerlos.

Palabra del Dia

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