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Actualizado: 6 de junio de 2025
Piedad le llevó al cocinero una dalia roja, y se la prendió en el pecho del delantal: y a la lavandera le hizo una corona de claveles: y a la criada le llenó los bolsillos de flores de naranjo, y le puso en el pelo una flor, con sus dos hojas verdes.
Por las mañanas iba á sorprenderlo en su lecho, como á un pequeñuelo, y besaba con devoción aquella carne de atleta, que era su propia carne, metamorfoseada. Todo le parecía mezquino y pobre para este mocetón hermoso como un dios antiguo; cuidaba de su cama, de su tocador, de su persona, con el fanatismo de una amorosa; registraba sus bolsillos, para renovar incesantemente los regalos de dinero.
Aconsejo al que viaje por el sur de Europa que lleve siempre los bolsillos llenos de monedas de cobre, y al ver que le ataca la temible falange, que arroje al suelo una puñada y eche á correr, sin parar hasta la primera casa donde sea posible poner puerta de por medio.
Para comenzar juzgó oportuno meter las manos en los bolsillos y plegar los labios con una sonrisilla irónica y protectora.
La blusa de cutí azul dibujaba sus recias espaldas, descubriendo cuello y manos morenas; ancho sombrerón de detestable fieltro gris honraba su cabeza, monda y lironda ya por obra y gracia del barbero. Una hermosa tarde estival aguardaba a Amparo muy ufano, porque en los bolsillos de la blusa le traía melocotones, adquiridos en la plaza con sus ahorros.
Recogió los papeles, los guardó cuidadosamente en lo interior de su ropilla y en sus bolsillos el aderezo de su madre. Luego dijo levantando los ojos hacia el cocinero mayor: Señor Francisco Montiño, me pesa mucho el no poder seguir llamándoos tío; pero no lo sois y me veo obligado á tener paciencia. ¡Obligado á tener paciencia, Dios de bondad, y os encontráis casi un príncipe!
Ambas rubias y ambas vestidas con singular gracia y elegancia: en Madrid esto última no tiene nada de extraordinario porque las mamás, que han renunciado a ser coquetas para sí, lo continúan siendo en sus hijas y han convenido en hacerse una competencia poco favorable a los bolsillos de los papás.
Trabajaban con el gorro rojo calado sobre las orejas, y al menor alto en sus faenas se apresuraban á meter las manos en los bolsillos del capote.
Desde el fielato se les veía alejarse, las manos en los bolsillos y la espalda encorvada, con ademán humilde, resignados a sufrir el resto de una vida sin esperanza y sin sorpresa, conociendo de antemano la fatiga monótona y gris que se extendería hasta el momento de su muerte.
En éstas y otras, presentósele un día el Tuerto con las manos en los bolsillos y la cara hecha un vinagre. ¿De onde vienes, tiña? le preguntó el viejo mareante, abrazando con cariño, pero muy admirado, al aparecido. Del departamento respondió el Tuerto. ¡Del departamento! ¿Pues no mandaste carta de allá, hace ocho días, para mí á Patuca, que sabe leer y escrebir? Cierto.
Palabra del Dia
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