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Actualizado: 3 de junio de 2025


Pero si quieres empezar, puedes hacerlo... Isabel no contestó. Siguió riendo de un modo insolente. Al cabo dijo con calma provocativa: La verdad es, querido, que se te caen los calzones de hombre de bien. El rostro del guapo se enrojeció, alzóse airado de la silla y se abalanzó á la insolente, diciendo: Oye , niña guasona, ¿quieres probar cómo saben las bofetadas de este hombre de bien?

La coja volvió a indicarle el camino, y Mauricia, moviendo los brazos como aspas de molino de viento, se puso a gritar: «¡Peines y peinetas!... ¿Pues no me quieren deshonrar y encerrarme como si yo fuera una criminala? ¡Tunantas!... cuando si yo quisiera, de tres bofetadas las tumbaba a todas patas arriba...».

Pero Pintado tenía manos de hierro, aunque era de pocos ánimos, y una vez lanzado al heroísmo, no sólo sujetó a Mauricia, sino que le aplicó dos sonoras bofetadas. La escena era repugnante.

Todos acudieron al pobre cura de F..., que yacía herido en el suelo. La lluvia de bofetadas que caía sobre las mejillas de Moreno cesó como por ensalmo. Hízose el silencio y vino el arrepentimiento. El ama lloraba y pedía perdón. El presbítero gordo también se recriminaba duramente como causante indirecto de aquella desgracia. El párroco dictaba disposiciones para curar la herida de su colega.

El coronel del ejército de Chile don Manuel Gregorio Quiroga, ex gobernador federal de San Juan y jefe de Estado Mayor del ejército de Quiroga, convencido de que aquel botín de medio millón es sólo para el general, que acaba de dar de bofetadas a un comandante que ha guardado para algunos reales de la venta de un pañuelo, concibe el proyecto de sustraer algunas alhajas de valor de las que están amontonadas en el depósito general y resarcirse con ellas de sus sueldos.

Sólo duraba en ella el gusto del aguardiente; y cuando se apimplaba, que era un día y otro también, hacía figuras en medio del arroyo, y la toreaban los chicos. Dormía sus monas en la calle o donde le cogía, y más bofetadas tenía en su cara que pelos en la cabeza.

El primer movimiento de Mauricio, como Clementina había previsto con toda exactitud, fué cerrar el cofrecillo, volver al salón de baile, llevarse á Héctor á un rincón solitario y allí aplicar sobre su nutrida cara un buen par de bofetadas. Pero resistió esta tentación y juzgó más razonable hacer á su tutor árbitro de la situación.

De tarde en tarde algunos señoritos se daban de bofetadas en el Espolón, en algún sitio público, pero no pasaba de ahí. Los insultos no tenían jamás consecuencias. Nunca había habido en Vetusta una sala de armas.

El patrón de la calle del Pez... Me quitó el baúl con la ropa, me arrancó la levita que llevaba puesta, el sombrero, la corbata... y después de darme unas cuantas bofetadas, me echó a la calle a las diez de la noche... Dijo esto con la misma calma que si hablase de otro. Miguel le miró estupefacto. ¿Y qué has hecho? Venir aquí.

Cuando algún empleado les daba caza en las estaciones, corrían de vagón en vagón o intentaban escalar los techos para esperar agazapados a que el tren se pusiera en marcha. Muchas veces les sorprendieron, y agarrándolos de las orejas, con acompañamiento de bofetadas y puntapiés, quedaban en el andén de una estación solitaria, mientras el tren se alejaba como una esperanza perdida.

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