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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Gallardo, luego de poner un duro en su seca mano, pugnaba por huir de esta charla, que comenzaba a temblar con estremecimientos de llanto. ¡Maldita bruja! ¡Venir a recordarle en día de corrida al pobre Lechuguero, camarada de los primeros años, al que había visto morir casi instantáneamente de una cornada en el corazón en la plaza de Lebrija, cuando los dos toreaban como novilleros! ¡Vieja de peor sombra!... La empujó, y ella, pasando del enternecimiento a la alegría con una inconsciencia de pájaro, prorrumpió en requiebros entusiastas a los mozos valientes, a los buenos toreros que se llevan el dinero de los públicos y el corazón de las hembras.
Sólo duraba en ella el gusto del aguardiente; y cuando se apimplaba, que era un día sí y otro también, hacía figuras en medio del arroyo, y la toreaban los chicos. Dormía sus monas en la calle o donde le cogía, y más bofetadas tenía en su cara que pelos en la cabeza.
El padre entusiasta llenaba la plaza de amigos, repartiendo las entradas entre los compañeros del gremio y gentes pobres de la «afición». Además, pagaba espléndidamente a los que formaban cuadrilla con su hijo, peones y banderilleros reclutados entre la gente de coleta que vagabundea por la Puerta del Sol, los cuales toreaban en traje de calle, mientras el espada mostrábase deslumbrante con su vestido de lidia. ¡Todo por la carrera del chico!
Palabra del Dia
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