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La generala, advertida al cabo, procuró separarlo, pero tan suavemente, que el brazo volvió al instante al mismo sitio; tornó la dama a separarlo más blandamente todavía, y el brazo, cual si tuviera un resorte, volvió a su posición. Después intentó besarla y la besó. Después quiso que ella le besara a él; resistió un poco; al cabo cedió diciendo: Te doy un beso maternal; no te imagines otra cosa.

Por momentos, le nacía una suerte de voluptuosidad y de júbilo que inmediatamente huía: era como si el exceso de la emoción penosa necesitara el respiro instantáneo de un placer fantástico. En uno de aquellos relámpagos ficticios, le acometió la tentación de lanzarse riendo en medio de la sala, bajo la mirada de todos, para besarla en la blancura fina de la nuca.

Uno de estos marinos, el capitán seguramente, que había hablado con Ester, se quedó tan prendado del aspecto de Perla, que intentó asirla para besarla; pero viendo que eso era tan imposible como atrapar un colibrí en el aire, tomó la cadena de oro que adornaba su sombrero, y se la arrojó á la niñita.

Y le narró con sencillez y concisión su vida desdichada en los últimos tiempos y el suceso increíble que había dado origen a la separación. Elena volvió a besarla con transporte y alzando los ojos al cielo exclamó: ¡Oh, Dios! Los malos merecemos ser desgraciados, pero los buenos ¿por qué también lo son? Ambas guardaron silencio. ¿Le amas todavía? preguntole dulcemente al oído.

Y echaba de menos, en lo íntimo de misma, la época feliz en que, jugando juntas y viviendo aún su padre, solía Raquel correr a su encuentro para besarla con júbilo, en plena boca, enlazándole el cuello con sus brazos diminutos. Y su recuerdo reavivaba esta escena iluminada por la claridad tan lejana de los tiempos desvanecidos. ¿No vinieron cartas para ? preguntó con indiferencia.

Se habrá ido a su cuarto, se dijo, y bajó tristemente la escalera para restituirse a la tertulia; pero al cruzar por delante de la puerta del estanquillo que estaba a oscuras, se le ocurrió meter la cabeza dentro y decir: Maximina. ¿Qué? contestó una voz apagada. ¡Oh, picarilla! ¿está V. aquí? Y se introdujo en la tienda. ¿Dónde está V.? Aquí. Deme V. la mano. ¿Para qué, para besarla?

¿Sabes lo que estoy pensando? profirió ella al cabo buscando a tientas su mano y apretándola tiernamente . Pues pienso que si yo no fuese ciega no te querría tanto como te quiero... y me parece que tampoco me querrías a de este modo. Por tanto que no seríamos tan felices. Quizá sea como piensas repuso él inclinándose otra vez para besarla . Pero daría la vida por que recobrases la vista.

Las auras, cargadas de sales marinas, vinieron frescas y vivas a besarla el rostro, pálidamente iluminado por la claridad difusa y temblorosa. ¡Qué hermosa descripción podría hacerse de mujer romántica, joven, bonita y abandonada!

Qué le hemos de hacer dije con cierta indiferencia; no querrás reformar las costumbres y las ideas de las pequeñas poblaciones... que querría replicó Francisca exaltada. Es insoportable vivir aquí... Y esas historias sin fin sobre el prójimo, y esa malevolencia universal... ¡Qué horror! Cálmate, Francisca le dije al besarla para despedirme.

Ella misma me la había entregado, después de besarla. Sarto hizo ademán de tomarla, pero detuve su mano con rápido ademán, diciéndole: Es mía, no de usted... ni del Rey. Esta noche hemos ganado una victoria a favor del Rey dijo. ¿Y quién puede impedirme ganar otra a favor mío? pregunté iracundo, volviéndome hacia él. muy bien lo que está usted pensando contestó. Pero su honor se lo prohibe.