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Y como Martholl, Platel, Bertrán y James Milk, les tendieran sus brazos auxiliadores, las primeras siluetas finas fueron deslizándose una a una. Entonces el corazón de Juan latió con violencia. Pero pronto su semblante se serenó; lo que él temía, no sucedió; ágilmente, María Teresa saltó sin la ayuda de nadie.

Su primo Bertrán, provocado por la señora de Blandieres, que dirigía la conversación, con la autoridad que le daba su nombre, frecuentemente citado en los ecos del gran mundo, refería su viaje a Austria, y la acogida que le habían hecho en Viena en el mundo oficial, gracias a la recomendación de su tío Aubry para el embajador de Francia, con quien tenía relaciones amistosas.

Huberto comprendió que contrariaba a María Teresa no emitiendo opiniones más de acuerdo con las que ella acababa de manifestar; consideró, pues, prudente agregar: Es muy cierto que cuando uno está bien instalado en su casa, con libros, el tiempo pasa ligero; además, ustedes montarían a caballo, sin duda... No. Como Jaime y Bertrán se hallaban en Alemania, no teníamos a nadie que nos acompañase.

Supongo que habría venido, en vez de ir a las carreras de Ascot; Bertrán lo encontró allí... Huberto manejaba un mail lleno de señoras muy chic, y en el que todo el mundo, incluso él, parecía divertirse extraordinariamente; Bertrán pudo reconocer a miss Maud Watkinson, ¿sabes? esa americana tan rica de quien se ha hablado tanto este invierno y que anda por todas partes con la Condesa de Husson.

Por la emoción que había sentido, Juan comprendió que no podía permanecer testigo impasible de escenas semejantes. El resto del día continuó lleno de tristezas para él. Felizmente, Bertrán como buen camarada, viéndolo aislado y melancólico, vino a hacerle compañía; sin su presencia, Juan habría llorado. Al desaparecer el sol en el mar, los excursionistas regresaron a la venta.

La sombra de Inglaterra se extiende al otro lado de los mares. ¡Bertrán, Bertrán! ¡Nos vencen, porque el menor de sus capullos es más hermoso que la mejor y más perfumada de nuestras flores! La profetisa dió una gran voz, alzóse del asiento y cayó desvanecida en brazos de su esposo, que dijo conmovido: ¡Ha terminado la visión, la hora sagrada y misteriosa que revela el secreto de lo porvenir!

Pero Diana no procedía con el mismo tacto y abrumaba a su prima con alusiones más o menos veladas sobre los obsequios siempre excesivos de Huberto Martholl. Estos temas de conversación eran dolorosos para Juan, y le aumentaban el deseo que tenía de huir de Pervenches. La ocasión que buscaba se presentó en breve. Un día, paseando, habló con entusiasmo a Bertrán, de la Alemania y de la Selva Negra.

Si, por acaso, Juan no podía salir de la fábrica, la presencia de sus primos Bertrán y Diana Gardanne no bastaba a consolar a los niños de la ausencia de su gran camarada, tan ansiosamente esperado, y que tenía el secreto de divertirlos sin contrariarlos jamás. Se entristecían y no jugaban. Bien pronto, para complacerlos, Juan fue llevado más a menudo al hotel de la calle Vaugirard.

No los has visto en una de sus correrías, hendiendo cabezas y sajando cuerpos de hermanos nuestros. ¡Por el filo de mi espada! preferiría darle un abrazo al mismo Belcebú antes que estrechar la mano de uno de esos bergantes, aunque se llame el rey Roberto, ó Douglas el Diablo de Escocia, ó sea el mismísimo condestable Bertrán Duguesclín de Francia.

Al decir esto, señalaba con los ojos los grupos dispersos de los jóvenes que marchaban delante de ellos: Platel y Mabel d'Ornay, Diana y James Milk, las de Blandieres con Martholl y Bertrán, y otras parejas más, todos alegres de sentir la influencia de los fluidos de atracción. Juan, repuso muy excitado: Explíqueme usted de una vez lo que es en su justo límite, ese odioso flirt... ¿El flirt?