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Actualizado: 13 de junio de 2025


Lo que por fuerza acontece es que la joven de pocos recursos traduce el terciopelo al merino, la blonda al tul, el raso al tafetán, el gro al organdí y la batista á la indiana.

Caído al pié de una silla había un peinador de batista, y medio ocultas por sus huecos pliegues unas botitas de raso negro con pespuntes blancos. Puesto en el borde de una mesilla que sostenía algunos libros ricamente encuadernados, se veía un espejo de mano con mango de marfil. Era el amigo más íntimo, el abogado consultor de la niña, el que decidía sin apelación del efecto de los peinados.

Al ver una de aquellas rubias cabecitas cuidadosamente peinadas, formando bucles; al distinguir entre los blanquísimos pliegues de la batista una pequeñita Virgen de los Dolores; al apreciar aquellas ligeras falditas, tan minuciosamente inspeccionadas, sin faltarles ni una cinta, ni un pliegue, ni el más ligero detalle, no he podido menos de exclamar. Esa niña tiene madre.

Toma dijo ella autoritariamente; y le envió al rostro una sábana que sostenía por el extremo opuesto. Miguel se vió envuelto en una nube de batista impregnada de perfume femenino. Fué por un instante nada más, pero á él le pareció algo extraordinario, de duración sin límites, más allá del tiempo y del espacio. Tuvo el presentimiento de que este hecho insignificante iba á datar en su vida.

Un matador debe llevar bien apretados los «machos». Y Garabato, con ágil presteza, dejó convertidos en pequeños colgantes los cordones enrollados e invisibles bajo los extremos del calzón. El maestro se metió en la fina camisa de batista que le ofrecía el criado, con rizadas guirindolas en la pechera, suave y transparente como una prenda femenil.

En la primera pared, a los lados de la puerta, hay dos grandes fotografías en sus marcos de noguera pulida: una es de la divina marquesa de Leganés, de Van Dyck; otra, cuidadosamente iluminada, es de Las Meninas, de Velázquez. En la segunda pared, correspondiente al balcón, cuelga una fotografía de Doña Mariana de Austria, de Velázquez, con su enorme guardainfante y su pañuelo de batista.

Iba vestido pobremente, pero muchas veces lucía en sus dedos sortijas femeniles, y para sonarse sacaba de las profundidades de su blusa un pañuelito de batista, pequeño, con ricas blondas y gran cifra, que aún exhalaba débil perfume. Se encargaba durante la semana él solo de barrer el inmenso circo, graderíos y palcos, sin quejarse de lo abrumador de este trabajo.

Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á llevar otra vez el pañuelo á su cara al sentirse libre de la mano de Miguel. Debía estar fea con los ojos acuosos, la boca pálida, la nariz enrojecida por el llanto. Pero las palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó la arrugada batista de su rostro.

Sus facciones, notablemente correctas y delicadas: perfil griego, frente pequeña y bonita, nariz recta, labios rojos un poco gruesos; la tez, un prodigio de la naturaleza, mezcla de alabastro y nácar, de rosas y leche, debajo de la cual corría la vida abundante y rica. Los cabellos, negros y brillantes, estaban sueltos, manchando con el aceite perfumado la almohada de batista.

Llegó un día en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre sábanas, con el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la corbata, que el criado le cambiaba todos los días, y el chaleco de seda a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hacía un gesto de contrariedad. Jaimito: la levita... Es una señora, y hay que recibirla con decencia.

Palabra del Dia

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