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Actualizado: 19 de junio de 2025


A su respetabilidad de hombre de partido le repugnaba entrar en aquella barbería empapelada con láminas de El Motín y presidida por el retrato de y Margall. ¿Cómo justificaría su presencia allí, donde jamás había entrado? ¿Cómo explicar a Cupido su interés por aquella mujer, sin exponerse a que en la misma noche lo supiera toda la ciudad?

Voy a llevarte a la barbería y a raparte la cabeza, dejándotela como un huevo». Si le hubieran dicho que le cortaban la cabeza, no hubiera sentido la chica más terror. «Eso, ahora el moquito y la lagrimita, después me envenenas la sangre con tus peinados indecentes. Pareces la mona del Retiro... Estás bonita... ... Pero qué, ¿también te has echado pomada?».

Hasta se le impedía ir a la barbería, por temor de que se gastase los dos reales. Venía el barbero a afeitarle los sábados. Por cierto que, con poca o ninguna consideración, el rapador de barbas llegaba algunas veces a las nueve de la mañana, cuando don Jaime estaba durmiendo. ¿Qué hago? preguntaba a doña Brígida. Aféitele usted contestaba la severísima señora.

No exagero nada dijo Teodoro, con brío . Señora, oiga usted y calle.... Voy a poner cátedra de esto.... Oíganme todos los pobres, todos los desamparados, todos los niños perdidos.... Yo entré en los Escolapios como Dios quiso; yo aprendí como Dios quiso.... Un bendito padre diome buenos consejos y me ayudó con sus limosnas.... Sentí afición a la medicina.... ¿Cómo estudiarla sin dejar de trabajar para comer? ¡Problema terrible!... Querido Carlos, ¿te acuerdas de cuando entramos los dos a pedir trabajo en una barbería de la antigua calle de Cofreros?... Nunca habíamos cogido una navaja en la mano; pero era preciso ganarse el pan afeitando.... Al principio ayudábamos... ¿te acuerdas, Carlos?... Después empuñamos aquellos nobles instrumentos.... La flebotomía fue nuestra salvación.

Su hermano D. Carlos vivía en una casa de trapo viejo. ¡Jesús! ¡Córcholis! Y qué cosas se ven por esas tierras.... Yo también me buscaré una casa de trapo viejo. Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar. Miá ... yo tengo pensado irme derecho a una barbería.... Yo me pinto solo para rapar.... ¡Pues soy yo poco listo en gracia de Dios!

No ocurría suceso en Alcira que él ignorase; todas las debilidades y ridiculeces de los personajes de la ciudad, las hacía públicas en su barbería para regocijo de los de la cáscara amarga que se reunían allí a leer los órganos del partido.

Pero lo que pasmó de admiración a los villamarinos fue una formidable muestra que cubría gran parte de la fachada de la casa barbería. En medio figuraba, pintado con arte maravilloso, un pie, que parecía un pie chinesco, de color amarillento, del cual brotaba un chorro de sangre, digno de rivalizar con las fuentes de Aranjuez y de Versalles.

No lo que me sucedió: sólo recuerdo que al volver en me encontré en un lecho extraño rodeado de una familia desconocida, y con un médico a la cabecera. Mi indisposición había sido un accidente pasajero. Muy pronto, a consecuencia de los auxilios que se me prodigaron, volví al uso de mis facultades. Me encontré en la trastienda de una barbería.

Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenía tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso esforzar su desatino y llevar adelante la burla para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero: -Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también soy de vuestro oficio, y tengo más ha de veinte años carta de examen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería, sin que le falte uno; y ni más ni menos fui un tiempo en mi mocedad soldado, y también qué es yelmo, y qué es morrión, y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí delante y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro y la verdad de la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.

Todos los ojos se volvieron hacia un rincón obscuro de la barbería, porque era allí donde se encontraba el desconocido que había pronunciado tan singulares palabras. Cuando vio todas las miradas de la asamblea fijas en él, se levantó, dejó caer su obscura capa, atravesó el largo salón del establecimiento y fue a sentarse gravemente en el gran sillón, que entonces esperaba un paciente.

Palabra del Dia

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