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Actualizado: 19 de junio de 2025


El maestro Flores gozaba además de una consideración merecida; su barbería, como lo son generalmente las barberías de España, era el lugar de reunión de todos los chismosos, y particularmente de todos los marinos retirados que habitaban en Santa María; y si las noticias que se recogían en aquella fuente no estaban revestidas de un carácter bien auténtico, no se puede negar que por lo menos estaban fabricadas a conciencia; detalles, palabras históricas, retratos, circunstancias, nada faltaba.

Los señores del ayuntamiento temían al barbero más que a diez periódicos, y cuando en alguno de los discursos que los grandes hombres del partido conservador pronunciaban en Madrid leían algo sobre la «hidra revolucionaria», o «el foco de la anarquía», se imaginaban una barbería como la de Cupido, pero mucho más grande, esparciendo por toda la nación una atmósfera venenosa de burlas crueles y perversas insolencias.

Yo empecé a estudiar la anatomía. ¡Ciencia admirable, divina! Tanto era el trabajo escolástico, que tuve que abandonar la barbería de aquel famoso maestro Cayetano.... El día en que me despedí, él lloraba.... Diome dos duros y su mujer me obsequió con unos pantalones viejos de su esposo.... Entré a servir de ayuda de cámara. Dios me protegía dándome siempre buenos amos.

La carta de Coletilla fué recibida en los primeros días de Septiembre de 1821, en que ocurren los primeros acontecimientos que hemos referido. Poco después de la lamentable escena de la barbería y de la entrada del militar en la casa de Clara, ocurrió el viaje de Lázaro á Madrid. Clara no lo supo antes del día en que debía llegar.

Y la muchacha iba ascendiendo a personaje político. En la ciudad comenzaban a conocerla, y hasta oyó una vez, al pasar por la calle Mayor, que murmuraban en un corrillo de hombres: «Esa es la cigarrera guapa que amotina a las otras». En su barrio todos la embromaban: el mancebo de la barbería pronunciaba un festivo «¡Viva la Repúblicasiempre que Amparo cruzaba ante su puerta; y la señora Porreta murmuraba con voz cascajosa y opaca: «Salú y liquidación sosial». Si alguien cree que fue rápida la metamorfosis de la niña callejera en agitadora y oradora demagógica, tenga en cuenta que más prontamente aún que la Fábrica de tabacos de Marineda, se gaseó la nación hispana. Ni visto ni oído. Contaba la Gloriosa menos de un año, y ya nadie sabía a qué santo encomendarse, ni a dónde íbamos a parar, ni dónde dar de cabeza. Abundaban las manifestaciones pacíficas, acabando siempre como el rosario de la aurora. En la frontera, agitación carlista; el Gobierno interna que te internarás, y los internados acá, volviendo a meterse en España media legua más allá, mientras en Madrid se fabricaban activamente, y sin gran reserva, fornituras, arneses y mantillas, que en los ángulos lucían una corona y las iniciales C. VII, y en Vitoria recorrían las calles grupos de jóvenes con boina blanca y garrote en mano, victoreando a las mismas iniciales. A bien que en Puerto Rico la guarnición aclamaba otras cosas, y en

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