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Actualizado: 8 de julio de 2025


Como vivo y elocuente testimonio de la exactitud de mis ponderaciones, ahí está, entre las dos Alamedas, enfrente del antiguo Reganche, y cada día más frondoso, más cultivado, más pulido, más bello, el famoso jardín, ó salón de Bailes de Campo, delicia de los madrileños, y asombro de los castellanos de Amusco y Becerril, que nos visitan durante la estación de los baños de mar.

En los cinco últimos años, los bailes del Liceo parecían visitas de pésame. Media docena de señoritas más o menos jóvenes, con los hombros y el pecho al aire, el rostro muy empolvado, departiendo en voz baja allá en un ángulo del vasto salón, mientras a su lado las mamás sacaban tiras de pellejo a alguna amiga ausente.

Confieso a usted, Ojeda, que nunca me he sentido mejor, y por mi voluntad podía prolongarse este viaje hasta el fin del mundo. ¡Ojalá fuese el Goethe vagando por el Océano, como el «Holandés errante», siempre que no se agotasen sus repuestos de víveres y bebida!... ¿Qué falta aquí?... Mujerío elegante y hermoso que puede verse de cerca y le dirige a uno la palabra como a un amigo antiguo; buena mesa, fiestas, bailes y ausencia total de moneda.

Así estaban las cosas cuando, en pleno invierno, es decir, en la época de más fiestas, bailes y recepciones, el mayordomo de los duques fue una mañana, por orden de sus amos, a la estación del camino de hierro a esperar al nuevo capellán que había de sustituir al anciano sacerdote muerte pocas semanas antes.

No bailes tanto, que me dueles... ¡Cuidado, que te me rompes, que te me rompes!... ¡Qué cosas pienso! Cuando estoy despabilada y paso toda la noche afinando el pensar, hasta se me figura que me entra talento... Y vamos a ver, ¿por qué no he de tener yo talento? que lo tengo. Eso, antes que los demás, lo conoce la misma persona que lo tiene. No, mamá mía, no has echado tontos al mundo.

Cuéntanse especialmente entre estas ciertas alusiones aisladas en los cantos de los bailes, que se refieren á épocas muy antiguas y manifiestamente paganas. Muchos escritores ponderan la celebridad, que alcanzaron entre los romanos los bailes españoles, y dicen expresamente que eran pantomímicos y acompañados de canto .

Los bailes campestres germinan y se desarrollan aquí espontáneamente, como la hiedra y los poleos, y viven y se reproducen, á pesar de todos los pesares, y son un artículo veraniego de primera necesidad, un rasgo peculiarísimo que forma parte de nuestro carácter, un detalle de nuestro tipo, como, en concepto de los señores de Madril que nos conocen de oídas, las sardinas, las narrias, los cuévanos y las amas de leche.

Aunque el marino era con frecuencia perteneciente á las principales familias de la población, no había que buscarle en la Alameda, ni en el salón del Suizo, ni en los bailes de formalidad. Semejantes atmósferas le asfixiaban. Sus terrenos preferidos eran los cafés de segundo orden y todas las calles de la población, siendo de noche.

Recuerdo bien que después de la famosa expedición de Jujuí, nos llegó la noticia del triunfo de la Constitución en las Cabezas de San Juan, y nos volvimos locos de contento. Deseábamos, o que nos trajeran a España, o que nos llevaran allá al bendito Código, y no pudiendo ser ni una cosa ni otra, celebramos con fiestas, bailes, versos y meriendas aquel gran suceso. La alegría era general.

No le fue a la zaga en esto Miguel, estimulado con su ejemplo: ambos comenzaron a darse vida de príncipes disfrutando alegremente de los siete mil duros de renta que el brigadier había dejado; teatros, bailes, paseos, cenas a última hora, partidas de juego y de caza, noches de amor y de crápula, de todo gozó el héroe de nuestra historia en los cuatro años que siguieron a la muerte de su padre.

Palabra del Dia

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