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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Señor Roque, del baile.... Y al acostarse, al dejar en una percha una prenda de abrigo interior, de franela, murmuró a media voz don Álvaro, como hablando con el lecho, a cuyo embozo echaba mano: ¡Lástima que la campaña me coja un poco viejo!...
Bueno, entonces vended a Relámpago. Sí, eso es fácil decirlo. Necesito el dinero inmediatamente. Pues bien, no tenéis más que montarlo en la cacería de mañana. Bryce y Keating estarán seguramente. Os harán más de una oferta. Eso es, y volveré a casa a las ocho de la noche, salpicado de barro hasta las narices. Voy al baile que da la señora de Osgood celebrando su día.
Y aconteció muy luego lo que a la vista estaba desde que la marquesa apuntó la idea de dejar la casa, relativamente modesta, de la calle de Hortaleza; y fue de este modo: el marqués insinuó compromisos de banquete a sus amigos políticos; la marquesa invocó deberes ineludibles de responder a súplicas de sus amigas, dando a aquellos hermosos salones su verdadero destino; es decir, estrenándolos con un baile que, sin gran esfuerzo, haría raya entre las fiestas del «gran mundo» madrileño, habidas y por haber; reforzó el primero sus razones de preferencia, sin negar la gravedad de los compromisos de su mujer, exponiendo deudas de gratitud con los personajes que, para entretener sus apetitos senatoriales, acababan de ofrecerle un distrito vacante en Ciudad Real, para diputado a Cortes; insistió la marquesa en su empeño a favor del baile, sin negar el compromiso del banquete; replicó el marqués, llevando la contraria, hasta con textos de Maquiavelo y de Bismarck; y, por último, terció Verónica, que se hallaba presente en la porfía, proponiendo que se diera una fiesta que tuviera de todo: una recepción, por lo más alto, en la cual anduviera el rumbo del comedor al nivel del brillo de los salones.
Era necesario todo este tiempo para que los invitados pudiesen preparar sus disfraces. Exigíase traje de capricho: a los caballeros, cuando menos, la talmilla veneciana sobre los hombros. La prensa comenzó a esparcir el anuncio del baile por todos los rincones de España.
Y echa una mirada de envidia a la sala de baile, una vasta tienda cuadrada, cuyo techo se eleva muy alto, dominando el hormigueo de barracas y de tiendas más pequeñas que se agrupan alrededor. Los parientes de los tiradores sólo pueden penetrar en ese sitio a la tarde, después de haber sido proclamado el rey de la fiesta.
A un dramaturgo le basta con escribir al margen de su original la siguiente acotación: «Salón elegante. Es de noche. Fulana y Zutana aparecen por la izquierda y en trajes de baile...» No necesita añadir más; el resto queda encomendado á la diligencia de los comediantes y del director de escena.
El baile se había organizado delante de la verja de la granja sobre una explanada en forma de era rodeada de grandes árboles y de abundante hierba mojada como si hubiese llovido. La luna iluminaba tan bien el improvisado baile que no eran menester otras luces.
Si íbamos al baile de Miranda, como todos los domingos. Ya oí el organillo. Y aquél que nos acompañaba era uno de los que dan el baile.... Y como nos había regalado billetes para todos los de verano en la huerta, y, si á mano viene, nos convida también á los de ivierno, de salón....
Aplicó el oído á los ruidos de la tienda, y no percibiendo la voz de sus amigos se dijo: «Esos ya no vienen: se habrán ido al baile ó quedarían por ahí de juerga en cualquier montañés». Y rápidamente se echó sobre los hombros su capa torera, bajó al establecimiento, dió á toda prisa las órdenes necesarias y salió á la calle.
Los anteriores recuerdos nos los acentuó el baile de Sariaya, en el que vimos muchas de las dalagas que figuraron en el verídico episodio que hemos narrado, encontrándose entre ellas la protagonista, que aquella noche nos demostró que lo mismo sirve para correr la posta, que para entonar un cadencioso cundiman, ó bailar un característico balitao. A las dos de la madrugada concluyó el baile.
Palabra del Dia
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