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Yo, entonces, con el abanico en la mano, pisando sutilmente con la punta de las babuchas de satín las calles enarenadas del jardín, iba a entreabrir la puerta del «Reposo discreto»: ¿Mimí? Y la voz de la generala respondía, suave como un beso: «All right...» ¡Qué linda estaba vestida de dama china!

Pasaron todo el invierno en la soledad de la Cartuja. Ella, calzando babuchas y con el puñalito en la cabellera mal peinada, hacía la cocina animosamente, con la ayuda de una mozuela del país, que aprovechaba el menor descuido para engullirse los bocados destinados al «querido enfermo». Los chicuelos de Valldemosa apedreaban a los pequeños franceses, creyéndolos moros, enemigos de Dios.

Nadie que viene a La Rinconá se va sin almorzar. Entraron todos en la cocina del cortijo, vasta pieza con chimenea de campana, que era el sitio habitual de reunión. El espada se sentó en una silla de brazos, y una muchacha, hija del aperador, se ocupó en calzarle, pues en la precipitación de la sorpresa había bajado con sólo unas babuchas.

Yo ostentaba una túnica de brocado azul obscuro abotonada a un lado, con el peto ricamente bordado de dragones y flores de oro, encima de una sobrevesta de seda de un tono azul más claro, corta, amplia y fofa; las calzas, de satén color de avellana, descubrían ricas babuchas amarillas, pespunteadas de perlas y un poco de la media sembrada de estrellitas obscuras, y a la cintura, en una linda faja recamada llevaba metido un abanico de bambú, de los que ostenta el retrato del filósofo La-o-Tsé, y son fabricados en Lwatón; y por esas misteriosas correlaciones con que el vestido influye en el carácter, yo sentía ya dentro de ideas e instintos chinescos; el amor a los ceremoniales meticulosos, el respeto burocrático a las fórmulas, un abyecto terror hacia el emperador, el odio a lo extranjero, el culto por los antepasados, el fanatismo de la tradición, el gusto por las cosas azucaradas.

Ahora le veía como nuevo y superaba en mucho a sus sueños e imaginaciones; era más guapo, más sonrosado, más alegre y más gordo. El Marquesito vestía aquella tarde un traje de alpaca fina, de color de garbanzo, chaleco del mismo color de piqué y calzaba unas babuchas de verano que Edelmira consideraba el colmo de la elegancia, aunque parecía cosa de turcos.

Las niñas de Sobrado y García, locas de regocijo, se asieron de las manos, y empezaron a bailar en rueda, con las trenzas flotantes y volanderas las enaguas. Nisita, igualitaria como nadie, cogió el parvulillo de dos años y lo metió en el corro, donde la pobre criatura hubo de danzar mal de su grado, soltando a cada paso sus holgadas babuchas. Borrén, por hacer algo, jaleó a las bailadoras.

Observó sobre todo que las babuchas de su muger eran azules, y azules las de Zadig; que los lazos de su muger eran pajizos, y pajizo el turbante de Zadig: tremendos indicios para un príncipe delicado. En breve se tornáron en su ánimo exâsperado en certeza las sospechas.

Doña Bernarda sentíase orgullosa al contemplar a su Rafael, alto, las manos finas y fuertes, los ojos grandes, aguileña la nariz, la barba rizada y cierta gracia ondulante y perezosa en su cuerpo que le daba el aspecto de uno de esos jóvenes árabes de blanco alquicel y ricas babuchas que forman la aristocracia indígena en las colonias de Africa.