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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Ave errante y fugitiva, ave hecha de azahares, ¿Dónde buscas el encanto y el amor de tu doctrina? ¿Dónde están las resonancias de tu plática divina y la piedra de holocausto que reclaman tus altares? ¿Dónde vas? El blancor de su cabeza da un aliento en su tristeza a la reina del olivo y a sus líricos deseos.

Nótese bien que para nada se habla de balcones. En cambio del pobre aspecto, que imaginamos, las casas más humildes tenían entonces sus desahogos de corrales, huertos y jardines, por encima de cuyas tapias erguíanse balanceando sus elegantes ó melancólicas copas las palmeras y los cipreses, ó bien embalsamaban el aire con el perfume de sus azahares los naranjos y limoneros.

Tu lecho se halla solitario y frio, Tu asiento acostumbrado está vacio En el paterno hogar, Como el nido de cándida paloma Que al mirarse con alas, vuelo toma Y al cielo sube para no tornar. Por qué cambiaste la materna almohada De amor y de inocencia perfumada Por esa terrenal, Cual virgen consagrada á los altares Que deja la guirnalda de azahares Para dormir en losa sepulcral?

Ir a buscarla al salir de la escuela para acompañarla a casa, era mi sueno de oro; y cuando por alguna ocupación imprevista se encargaba a otra persona tan dulce comisión, mi pena era tan profunda, que yo la equiparaba a las mayores penas que pueden pasarse en la vida, siendo hombre, y decía: «Es imposible que cuando yo sea grande experimente desgracia mayor». Subir por orden suya al naranjo del patio para coger los azahares de las más altas ramas, era para la mayor de las delicias, posición o preeminencia superior a la del mejor rey de la tierra subido en su trono de oro; y no recuerdo alborozo comparable al que me causaba obligándome a correr tras ella en ese divino e inmortal juego que llaman.

Todas las tardes de verano cruzaban por las calles de Lima varios muchachos, y al pregón de ¡el jazminero!, salían las jóvenes a la ventana de reja, y compraban un par de hojas de plátano, sobre las que había una porción de jazmines, diamelas, aromas, suches, azahares, flores de chirimoya, y otras no menos perfumadas. Las limeñas de entonces buscaban sus adornos en la naturaleza, y no en el arte.

Vieron la opulenta ribera del Júcar, pasaron por Alcira, cubierta de azahares, por Játiva la risueña; después vino Montesa, de feudal aspecto, y luego Almansa en territorio frío y desnudo. Los campos de viñas eran cada vez más raros, hasta que la severidad del suelo les dijo que estaban en la adusta Castilla.

Los rosales ateridos se me representaban cubiertos de rosas, y los naranjos de azahares y frutas que mil pájaros venían a picotear, participando del festín de la boda. Mis meditaciones y mis visiones no se interrumpieron sino cuando el profundo silencio que reinaba en la casa se interrumpió por el sonido de una fresca voz, que retumbó en mi alma, haciéndome estremecer.

Algunas tardes, deseando respirar libremente, salía a pasearse por la montaña hasta la noche. La brisa era siempre deliciosa y traía de los cortijos un perfume de azahares que reblandecía la voluntad y alejaba toda idea de penitencia. Sonrisas de mujeres, carmines de labios entreabiertos, maliciosos pestañeos, aparecían ante él en la penumbra rosada o bajo la sombra azul de los árboles.

Dos gruesas perlas, hermanas de los azahares, servíanle de pendientes, y su seno, aquel seno escaso que tanto mal sueño me había producido, cerrado completamente por la bata, daba a su busto una corrección de líneas inimitable. ¡Era feliz mi tío! El señor Penseroso con una dulzura exquisita y un laconismo de la más urbana discreción dijo la ceremonia.

Gregoria se presentó de luto, sin azahares, y Bernardino con la misma levita que le prestaron para asistir al entierro de don Aquiles, y delante de los hermanos y de dos testigos, bajo la luz tristona de las bujías, leyó la epístola el cura y echóles la bendición, de prisa y corriendo. Esto fué todo.

Palabra del Dia

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