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Estas grandes turbaciones agravaron los habituales achaques del cardenal y le ocasionaron la muerte. Con la feliz victoria de Almansa y el nacimiento de un príncipe real, recobró el reino la esperanza de alcanzar dias mas bonancibles. La iglesia de Córdoba celebró repetidas fiestas de accion de gracias en la catedral y en el célebre santuario de la Fuen-Santa.

Valencia ántes de un año estará unida á Madrid, Alicante, Almansa y Albacete por medio de un camino de hierro.

Hija afectuosa y sumisa, amiga generosa y segura, madre tierna y abnegada, esposa exclusivamente consagrada a su marido, la duquesa de Almansa era el tipo de la mujer que Dios ama, que la poesía dibuja en sus cantos, que la sociedad venera y admira, y en cuyo lugar se quieren hoy ensalzar esas amenazas, que han perdido el bello y suave instinto femenino.

Es preciso otro más claro y más breve. Le entregó la tarjeta, y se despidió. Stein leyó: El duque de Almansa. Y Pedro de Guzmán, que estaba allí cerca, añadió: Marqués de Guadalmonte, de Val-de-Flores y de Roca-Fiel; conde de Santa Clara, de Encinasola y de Lara; caballero del Toisón de Oro, y Gran Cruz de Carlos III; gentilhombre de cámara de Su Majestad, grande de España de primera clase, etc.

Fué por entonces cuando Martínez, antiguo oficial de Belarmino, abrió, en la Rúa Ruera, hacia la cual parecían sentir querencia todos los zapateros, un establecimiento de calzado mecánico, «La Solidez», con género de Mallorca, de Almansa, de Barcelona, y anunciaba una remesa de los Estados Unidos.

Vieron la opulenta ribera del Júcar, pasaron por Alcira, cubierta de azahares, por Játiva la risueña; después vino Montesa, de feudal aspecto, y luego Almansa en territorio frío y desnudo. Los campos de viñas eran cada vez más raros, hasta que la severidad del suelo les dijo que estaban en la adusta Castilla.

¿Me conoce usted? preguntó el duque; porque en efecto, la persona que Stein había reconocido era el duque de Almansa . ¿Me conoce usted? repitió alzando la cabeza, y fijando en Stein sus grandes ojos negros, sin poder caer en quién era el que le dirigía la palabra.

La revolución francesa, las jornadas del imperio y las encrucijadas de la Commune las recorre sin tropezar; en cambio da sendos traspiés al entrar en el campamento de Santa Fe ó al pasear los campos de Almansa y de Bailén.

Pero hay más aún: los más colosales trabajos realizados para el riego, trabajos que pasman por su solidez y magnificencia, son de las épocas en que se supone á España sumergida en las tinieblas horrorosas de un brutal fanatismo; son del reinado de Felipe II, bajo cuya protección y por cuya excitación se construyeron los admirables diques y pantanos de Alicante, de Elche y de Almansa, ó son del tiempo de Carlos III, bajo cuya protección y por cuya excitación se hicieron los de Lorca.

¿En casa de la duquesa de Almansa? , en efecto, esa señora me encargaba de la distribución de algunas limosnas. Se ha ido a Andalucía con su marido y toda su familia. ¡Conque estoy sola y abandonada! exclamó entonces la enferma, cuyos recuerdos se agolpaban a su memoria, siendo los primeros los más lejanos, como suele suceder al volver en de un letargo.