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Actualizado: 26 de junio de 2025
Flor de las comedias de España de diferentes autores, recopiladas por Francisco de Ávila, parte 5.ª: Madrid, 1616. El ejemplo de casadas y prueba de la paciencia, de Lope de Vega. La desgracia del rey D. Alfonso, el Casto, de Mira de Mescua. Tragedia de Los siete infantes de Lara, en lenguaje antiguo, de Hurtado Velarde, vecino de la ciudad de Guadalajara.
Por Dios, no seas retrechera; déjame entrar, déjame entrar, encanto de mis ojos. ¡Cielo santo y qué cosas dice vuecencia! ¡Qué lenguaje emplea! Ese debe de ser «el mal lenguaje del demonio», del que tanto habla el venerable padre maestro fray Juan de Avila en un libro que me hace leer mi señora doña Inés para prepararme a monja. ¿Y tú quieres serlo? Allá lo veremos.
¡Válame Dios e la Virgen Santísima! exclamó el labrador, santiguándose con espanto. Ramiro se incorporó sobre las mantas. Aquel gran pecado, aquel gran baldón de su vida había tomado cuerpo, había pasado los muros de Avila, y viajaba ahora por ventas y caminos.
5 Enfermar con el remedio, de D. Pedro Calderón, Luis Vélez de Guevara y D. Jerónimo Cáncer. 6 Los riesgos que tiene un coche, de D. Antonio de Mendoza. 7 El respeto en el ausencia, de Gaspar de Ávila. 8 El conde Partinuples, de Doña Ana Caro. 9 El rebelde al beneficio, de D. Tomás Ossorio. 10 El español Juan de Urbino, del licenciado Manuel González. 11 Lo que puede una sospecha, del Dr.
Nada se le queda por investigar, aclarar, contar y discutir sobre las corridas de toros, desde que empezaron en España, tal vez antes de la fundación de Cádiz y de la venida de Hércules fenicio, que erigió sus columnas, no sé si en Calpe, o en Avila, o en ambos cerros. No hay personaje histórico que haya toreado de quien no nos hable el señor conde.
Ramiro se sentaba de costumbre sobre uno de ellos, y pasaba las horas largas mirando hacia afuera, con el codo apoyado en el alféizar. Una de las ventanas, la que abría hacia el nordeste, dominaba casi todo el caserío. Desde aquella altura, Avila de los Santos, inclinada hacia el Adaja y ceñida estrechamente por su torreada y bermeja muralla, más que una ciudad, semejaba gran castillo roquero.
Medrano tenía en Avila numerosas amistades; pero su más generoso camarada, ya fuera que se tratase de beber en compañía una bota de San Martín o de procurarse algunos doblones en un caso de apuro, era el portugués Diego Franco, campanero de la Iglesia Mayor, que habiendo trabajado de pelaire en Segovia, fue más tarde tamborilero en Brujas y en Amberes, de donde trajo su gran afición a las campanas.
Después del 20 se ha hecho enemigo de la Constitución, lo cual es digno de alabanza, porque de otro modo hubiera perdido su prebenda. Pero nada de esto hace al caso, sino que predica mañana, y que esta tarde tenemos Completas, en que cantan los tiples de Avila y el padre Melchor, franciscano de Segovia.
Desde entonces el padre y la hija llevaron en Avila una vida de misterio, saliendo sólo muy de mañana, en sillas cubiertas, para asistir, cada cual por su lado, a la misa de alba, en alguna de las iglesias vecinas.
Tanto en Avila como en Segovia, desdeñando la administración personal de la propia hacienda, entregola por entero, con las llaves de sus arcas y las funciones de maestresala, a un mayordomo flamenco, cuya probidad creía asegurar, de tiempo en tiempo, mediante alguna demostración caballeresca de confianza y uno que otro aforismo de las Partidas.
Palabra del Dia
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