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Actualizado: 26 de julio de 2025
Las memorias de estos años son del mayor interés, no solo por lo tocante á la iglesia de Córdoba, su clero y obispo, sino tambien por la viva pintura que con ellas se hace del infeliz estado de Castilla en tiempo de D. Enrique el Impotente, bajo cuyo infausto reinado, y mediante el escandaloso suceso de Avila, se encendió tanto fuego en la monarquía, que no hubo ciudad que no ardiese en guerras civiles, muertes, robos y sacrilegios.
Dice, pues, el hermano Juan de Avila, compañero que fué del P. Visitador de esta provincia, Antonio Garriga y del P. Provincial Luis de la Roca, cuando como adelante diré, visitó aquellas Doctrinas sujeto de mucho juicio y capacidad en una carta que desde allí escribió: «Así como para fundar las Misiones del Paraguay padecieron increíbles trabajos aquellos primeros varones apostólicos, sacando á los indios de las selvas y entablando en ellos vida cristiana y política hasta ponerlos en el estado en que hoy día se mantienen, divididos en treinta Reducciones, así también no han sido menores los trabajos y sudores de estos primeros que han fundado la cristiandad de los Chiquitos.
Cuando quedaron solos, el mancebo, enmudecido por las tumultuosas impresiones que jugaban con su ánimo, levantose nerviosamente y, acercándose a la ventana, abrió las maderas. Avila, recubierta de nieve, resplandecía bajo el mágico claror de la luna como una ciudad de encantamiento. Ramiro ordenó al lacayo que se llevase las candelas.
¿Tú eres Agustín de Avila, alguacil de casa y corte? dijo el duque. Humildísimo siervo de vuecencia dijo el corchete mientras Quevedo apuntaba en el libro de su memoria el nombre y la catadura del preguntado. ¿Has visto á don Rodrigo Calderón que está herido en mi casa? Sí, señor. Te habrá dado instrucciones.
El y otros criados habían querido impedirlo, pero el alguacil les había amenazado con la horca, invocando el nombre de Su Majestad. Don Alonso resolvió trasladarse a Avila, sin pérdida de tiempo, para tranquilizar a su hija y desbaratar las calumnias.
El repartidor fué un judío llamado Jacob Aben Nuñes, físico de Enrique IV i su juez mayor; i el repartimiento de lo que cada aljama habia de dar es como sigue: Las aljamas del obispado de Burgos 30.800 mrs Las del de Calahorra 31.100. Las del de Palencia 54.500. Las del de Osma 19.500. Las del de Sigüenza 15.600. Las del de Segovia 19.500. Las del de Avila 39.590.
3 El premio en la misma pena, de D. Agustín Moreto. 4 Cuerdos hacen escarmientos, de Francisco de Villegas. 5 Hacer del amor agravio, de un ingenio de esta corte. 6 El mancebón de los palacios, de D. Juan Vélez de Guevara. 7 La conquista de Méjico, de Fernando de Zárate. 8 El príncipe Viñador, de Luis Vélez. 9 El valeroso español y primero de su casa, de Gaspar de Ávila.
Los bravos adalides cristianos pudieron respirar más desahogadamente en sus territorios, ya más extensos y seguros. Repobláronse las antiguas ciudades de Ávila, Segovia, Salamanca, Toro y Zamora. Mezcláronse con los castellanos caballeros extranjeros, ansiosos de tomar parte en sus gloriosas cruzadas.
A Santa Cruz de vuelta ya venido, De D. Gabriel le viene un mensagero Con cartas del Virrey, y prometidas Del propio, y Gomez y Avila las vidas. Llegando D. Gabriel á aqueste puesto, Que las horcas de Chaves es llamado, Halló como D. Diego con el resto De su gente ya habia caminado.
Palabra del Dia
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