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Actualizado: 16 de junio de 2025


Dejándose ir, pues, por pendiente tan resbaladiza, las muchachas pobres que se ponen muy majas dan con facilidad en busconas. «Bien lo comprendió así dijo el padre la sabia y gloriosa reina doña Isabel la Católica, cuando se indignó al ver en unas fiestas que hubo en Segovia a ciertas aventureras vestidas de seda, y prohibió el uso de la seda a las que no fuesen hidalgas y ricashembras, lo cual fue providencia discretísima y moralizadora

Así se lo decía Lorenzo Fréitas, piloto de la nave, que tenía más de sesenta años, que había navegado mucho y que había hecho ya otros dos viajes de ida y vuelta a la India. Pronto Lorenzo Fréitas trabó amistad íntima con Tiburcio y se ganó el afecto y la confianza de Morsamor y de las damas aventureras.

Y con esta exclamación cerraba y justificaba todo su pasado. Ella miraba a Fernando como algo propio que le pertenecía para siempre. Más de una vez había protestado en los hoteles de la facilidad con que daban alojamiento a ciertas aventureras, con grave peligro de la paz matrimonial.

Torrebianca permaneció en Europa, y Robledo llevaba muchos años vagando por la América del Sur, siempre como ingeniero, pero plegándose á las más extraordinarias transformaciones, como si reviviesen en él, por ser español, las inquietudes aventureras de los antiguos conquistadores.

El implacable Quevedo continuó: Y dad gracias á Dios de que su sabia y misericordiosa providencia me haya traído á tiempo de impedir el gran crimen que había meditado Dorotea, y su contrahecho amante el bufón del rey. ¡Cómo! ¿aquel hombre era...? ; era ese amante feroz y bajo que tienen todas las aventureras: era su puñal. Me estáis revelando cosas horribles.

Tomado, pues, este apuntamiento, y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso, las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí adelante no las tratasen como a sus criadas, sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa; y así, les dieron cuarto aparte y las sirvieron como a forasteras, no sin espanto de las demás criadas, que no sabían en qué había de parar la sandez y desenvoltura de doña Rodríguez y de su malandante hija.

Desde las ventanas del seminario, en las horas dulces de asueto, Enrique Thomas oteaba el campo verde, y desde el remoto horizonte, voces aventureras, voces de libertad y rebeldía, fascinaban su alma peregrina de bordelés. Cada camino que se alejaba serpeando, cada buque que salía del puerto, susurraban en sus oídos una canción de adioses.

Os traeré en mi coche si os divierten los Jardines. Mi poeta y algún otro nos escoltarán. Es menester darse tono. No es cosa de venir aquí dos muchachas como dos aventureras. Mucho tengo que agradecerte exclamó doña Beatriz. No, niña mía, no me agradezcas nada. Lo hago por egoísmo. Aquí para entre nosotras, la vanidad no me ciega; voy siendo ya cotorrona.

Allí se pertrecharon, como quien dice, de nuevos alientos y propósitos, y de allí salieron para hacer una verdadera razzia por todo lo más cogolludo de la Europa elegante, unas veces juntas, otras separadas, según «las circunstancias y las necesidades»; pero siempre en cabal inteligencia, como divisiones aguerridas y bien disciplinadas de un mismo ejército. ¿Por qué fue Viena el punto de partida, y no París, verbigracia? ¿Por qué se reunieron las tres aventureras en aquella ciudad austriaca y no en esta francesa?

Como no pocas mujeres aventureras y de vida muy rota, estaba llena de extravagantes supersticiones. Creía amar y amaba con frenesí a D. Jacinto y aspiraba a ser amada de él por cualquier medio. Su amor adquiría a veces la condición del odio y a veces tomaba el aspecto de la abnegación y del sacrificio.

Palabra del Dia

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