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Actualizado: 7 de julio de 2025
El ruido del carruaje que entraba en la gran avenida devolvió a Teresa la noción del momento presente. Ante la escalinata, Bertrán saltó al suelo; Juan que iba a imitarlo, se detuvo, conmovido y feliz. Acababa de ver a la joven. Esta avanzaba hacia él, cordialmente, tendiéndole las manos. Gracias, por haber venido... Espero que se quedará algún tiempo con nosotros.
No era rica, tal vez no era buena cristiana, como la deseaba ella; pero embellecería su existencia, dándole ánimos para seguir aquel camino áspero en el que le había abandonado su mano protectora, paralizada por la muerte. Al salir del fúnebre patio, les pareció aún más hermosa la avenida central del cementerio. El jardín, con su belleza melancólica, ahuyentaba toda idea de muerte.
Por calles traviesas me hago conducir hasta la altura del Arco de Triunfo, echo pie a tierra, enciendo un buen cigarro, trabajo por la moral pública ocultando mi reloj para evitar tentaciones a los patriotas extranjeros y heme al pie del monumento, teniendo por delante la Avenida de los Campos Elíseos, con su bellísima ondulación, literalmente cuajada de gente e iluminada a giorno por millares de picos de gas y haces de luz eléctrica.
En una noche sombría del mes de Febrero, volví á ver las murallas macizas de nuestra antigua morada, destacándose sobre una capa de escarcha que cubría la campiña. Un cierzo destemplado y frío soplaba por intervalos; los copos de nieve caían como las hojas secas de los árboles de la avenida y se posaban sobre el suelo húmedo, con un ruido débil y triste.
Pedí el automóvil y partí, rumbo a la Avenida Quintana, donde vive mi amiga en su magnífico palacete. Entré de rondón en la casa. Todo estaba en ella revuelto, con ese desorden precursor de una mudanza. Los armarios de par en par, y por todas partes baúles abiertos, grandes y pequeñas cajas, enseres de todo linaje.
Si los acreedores se mostraban amenazantes, recurría al «secretario». Debía ver á mamá inmediatamente: él quería evitarse sus lágrimas y reconvenciones. Y Argensola se deslizaba como un ratero por la escalera de servicio del caserón de la avenida Víctor Hugo.
En diez minutos llegamos a la verja de hierro que da entrada al parque; doblamos sobre la gran calle de palmas que estaba solitaria: sólo en el fondo, del lado del bosque, se veía un punto negro: era la victoria de Fernanda: nuestro cupé se deslizó por el pedregullo de la avenida, salvó la vía del tren del Norte, y vino a detenerse al mismo lado de la victoria.
Pero estaban familiarizados con el panorama, y creyeron contemplar en la obscuridad, sin ningún esfuerzo, la majestuosa pendiente de la avenida, la doble fila de palacios, la plaza de la Concordia en el fondo con su aguja egipcia, las arboledas de las Tullerías.
Otro hombre pequeño surgió, un poco más allá, de la sombra proyectada por los fresnos, como si pretendiese atravesar la avenida, pasando á la acera opuesta.
Pasaban meses, pasaban años, y en aquella dichosa casa todo era paz y armonía. No se ha conocido en Madrid familia mejor avenida que la de Santa Cruz, compuesta de dos parejas; ni es posible imaginar una compatibilidad de caracteres como la que existía entre Barbarita y Jacinta.
Palabra del Dia
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