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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Bajó del pescante de un salto la gentil Marquesita, y poco a poco fueron disgregándose del amontonamiento de carne que llenaba el interior todos los del séquito. El señorito abandonó las riendas a Zarandilla, después de hacerle varias recomendaciones para que cuidase bien el ganado. Rafael avanzó quitándose el sombrero. ¿Eres tú, buen mozo? dijo la Marquesita con desenvoltura.
Permaneció inmóvil hasta que Antonio dió vuelta á la esquina y en seguida avanzó hasta el portal de Pepe de Chiclana. Se detuvo un instante escuchando, atravesó después cautelosamente el largo zaguán, sembrado de carretas y coches deteriorados, y llegó á un espacioso patio. Había numerosas puertas, la mayoría dando acceso á las cuadras. La vivienda de Pepe ocupaba uno de los frentes.
Acaso fuera el único bien que usted puede hacer en este mundo... ¡Oh, mi Nanín! ¡oh, hijo de mi corazón...! Venganza del cielo, ¿no caerás sobre la cabeza de su verdugo? Sí, sí... caerá... Dios es justo. ¡Jamás vivirá tranquilo el que ha matado a un ángel...! ¡Maldición, maldición sobre él! La marquesa avanzó un paso todavía.
Parecía un cadáver en pie. De pronto, despertó la fiera humana que se encabrita y ruge ante la desgracia. ¡Ah, perra descastada! bramó. ¡Mala piel! ¡....! Y el supremo insulto a la virtud femenil salió de sus labios disparado contra María de la Luz. Avanzó un paso, con la mirada extraviada y el puño en alto.
Venturita avanzó hasta la puerta. Es la cocinera que pasa dijo volviendo en seguida. Me parece que estamos mal aquí. Cualquiera; eso es lo de menos... Pero, en fin, si no estás tranquilo, podemos ir a otra parte. Vamos al salón. Vamos. No, tú quédate aquí un momento; yo iré delante.
Federico Bullen avanzó un paso, titubeó y miró por encima del hombro la desierta sala. Reinaba el silencio más profundo. Con súbita resolución se inclinó sobre el dormido muchacho, separando con ambas manos sus grandes bigotes.
Y avanzó los labios cual si pretendiese acariciarle desde lejos con su sonrosado redondel, siendo este gesto una promesa de lo que haría seguramente luego, cuando se viesen solos.
Pero al saltar en ella nuestro joven, un grupo de seis o siete soldados avanzó hacia él, poniéndole las bocas de los fusiles sobre el pecho. Darse preso todo el mundo. Miguel quedó pasmado. ¿Pero por qué?... A ver dijo el sargento, sin escucharle, uno de vosotros que registre el bote, y vosotros dos meteos por ahí entre los árboles y pilladme a los cómplices.
La había recibido de Buenos Aires la semana anterior, á gusto de un sastre famoso, á quien encargó un vestuario completo igual á los que poseyesen los millonarios más elegantes de la ciudad. Detrás de este grupo avanzó un viejo alto, enjuto de carnes, con la nariz violácea y granujienta de los alcohólicos y una caja de cirugía bajo el brazo.
La forma aquella, que sin duda era de mujer, avanzó, destacándose en la obscuridad. Venía cubierto de una cosa enteramente blanca, que la hacía más fantástica, y el reflejo de la luna parecía despedir de sí cierta luz misteriosa. Cuando estuvo cerca, Lázaro la reconoció: era la devota cuyo semblante traía las señales del insomnio y la fiebre. ¡Lázaro! dijo con voz muy débil y muy conmovida.
Palabra del Dia
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