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Actualizado: 14 de junio de 2025


Adriana sintió que el corazón se le desgarraba. Le pareció que el fantasma temido tomaba formas y se sentaba frente a ella, familiarmente, con una sonrisa de curiosidad irónica bajo la sombría capucha. Siguieron leyendo. "20 de mayo. "Yo le demuestro ahora una gran indiferencia. Me aterra la idea de que él adivina las preocupaciones mías. Me aterra, también, que yo pueda enamorarme inútilmente.

Doña Lupe, que pasó a ver a la difunta, se afectó tanto, que no pudo permanecer allí. «Hija mía dijo a su sobrina secreteándose , yo no puedo ver estas cosas fúnebres. Creo que me va a dar algo. La muerte me aterra, y no es que yo sea aprensiva. No me causa espanto ninguna enfermedad, como no sea el mal de miserere. Es lo que temo... En fin, que yo me voy de aquí al Monte.

«Después me levanté y quise acercarme a Magdalena; pero su padre me salió al paso y me dijo: » Ahora duerme; no vayas a despertarla. »Y llevándome a la antesala, agregó: » Ya ves, Amaury, que es indispensable tu partida. Si eso hubiese sucedido en mi ausencia, si yo no llego a estar aquí para dirigirte, ¡sabe Dios lo que sería de Magdalena a estas horas! Sólo el pensarlo me aterra.

Hundo en el polvo la soberbia frente que, cual reto orgulloso, erguida un dia, levanté á la altura; pára asombrado el corazon valiente su latido anheloso, y la vista que ayer al sol miraba, hoy se clava en la tierra temerosa y sombría. ¿Y qué poder me aterra? ¿Qué causa hubo tan fuerte que ha vencido el salvaje valor del alma mia?

Satanás, cabalgando en una serpiente, se presenta, después de ser decapitados ambos, en el sangriento lugar del suplicio, y anuncia que, vencido por un poder más fuerte que el suyo, ha sido derrotado en la lucha, salvándose Justina y Cipriano . Los dos amantes del cielo. Es un drama que conmueve nuestras fibras más sensibles, como el anterior nos aterra y horroriza.

Con su carga dolorosa por una altura desciende Ataide; el rebato entiende, y una mirada ardorosa á la vega ansioso tiende. En los picos de la sierra las atalayas ardiendo hacen la señal de guerra, su roja hoguera, que aterra, incesantes repitiendo. ¡Ah, nos embiste el rumy! siniestro Ataide exclamó ¡mi venganza es cierta! ¡! ¡no ha de escapárseme allí! ¡él primero! ¡luégo yo!

Además, andan por ahí esas monjas extranjeras, de gran papalina, que son linces para esta clase de trabajo. Me aterra el pensar que caigan sobre mi hija. Yo soy del catolicismo a la antigua, de aquella religiosidad española neta: un catolicismo castellano, como quien dice de panllevar, limpio de extranjerías modernas.

Después, volviéndose a Isidora, que, horrorizada del bestial lenguaje de su amigo, miraba a la calle al través de los vidrios, le dijo: «Es cosa que aterra el pensar todo el sudor del pueblo, todos los afanes, todas las vigilias, todos los dolores, hambres y privaciones que representa este lujo superfluo.

Levántate a la altura de tu dignidad, abraza con resignación la vida del claustro, y dentro de algún tiempo te verás libre de ese gran peso. No, no puedo. La vida del claustro me aterra. ¿Sabes por qué? Porque tengo la seguridad de que en el convento he de amarle más, mucho más.

Pero, no importa; la pasión me asusta, me aterra; pero, con todo, no hubiera querido morirme sin sentir esto, suceda después lo que quiera. ¡Ay, Serafina de mi alma, quiérame usted por Dios, porque estoy muy solo y muy despreciado en el mundo y me muero por usted...! Y no pudo continuar porque las lágrimas y los sollozos le ahogaban.

Palabra del Dia

rigoleto

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