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Actualizado: 21 de julio de 2025
Van-Stael, pálido por la emoción, con la frente arrugada, dirigía por todas partes miradas de desesperación, tratando en vano de descubrir la avería. Y bien, tío dijo Cornelio ; ¿podremos todavía salvar el barco? ¡Imposible! respondió Van-Stael, haciendo un gesto de rabia . ¡Es demasiado tarde! Tenemos una bomba a bordo. ¡Pero si tenemos lo menos doscientos barriles de agua en la bodega!
Nunca la recobraré, aunque vuelva á ver á mi hijo. Estas pruebas rasgan el corazón por toda la vida. Véame usted; estoy encorvada, blanca y arrugada como una octogenaria y no tengo cincuenta años. Ruego al cielo que los que me han proporcionado mi horrible tortura no sufran todo el castigo que merecen...
Nada, no; lo real, lo inmediato a su persona no lograba fijarse en su retina; pero en cambio, veía siempre, con una tenacidad desesperante, la blanca chaqueta arrugada brutalmente como la sábana del lecho después de una noche de placer, y luego... luego veía también la cortina alzada revelando una parte del atentado vergonzoso, de la degradación maternal, que era para él un golpe de muerte.
Había otro con traje de doctor, con las cejas fruncidas y la frente arrugada como si tuviese agobiados los sesos bajo la pesadumbre de tanta jurisprudencia. Tenía un birrete en la mano y otro sobre la mesa, quizás para el caso de que se inutilizase el primero. Seguía cayendo agua copiosamente.
El vértigo es angustioso; el atolondramiento de la cabeza produce sensaciones penosas, especialmente en el occipucio; la concepcion es lenta, difícil, y el moral está en apatía; el aspecto es enfermizo, y la piel sucia y como arrugada.
Córdoba, la ciudad de Abdherranmán; la Meca de Occidente, la que fué maestra del género humano, la vieja andaluza, que aún se engalana con algunos restos de su antigua grandeza; todavía hermosa, a pesar de los siglos guerreros que han pasado por ella; ya sin Zahara, sin academias, sin pensiles, sin aquellas doscientas mil casas de que hablan los cronistas árabes; sin califa, sin sabios, pero orgullosa aún de su mezquita-catedral, la de las ochocientas columnas; triste y religiosa, habiendo substituído el bullicio de sus bazares con el culto de sus sesenta iglesias y sus cuarenta conventos; siempre poética y no menos rica en la decadencia cristiana que en el apogeo musulmán; ciudad que hasta en los más pequeños accidentes lleva el sello de los siglos; tortuosa, arrugada, defendiéndose de la luz como si quisiera ocultar su vejez; escondida en sus interiores, donde guarda innumerables maravillas, y siempre asustada al paso del transeúnte; protectora de los enamorados, para quienes ha hecho sus mil rejas y ha obscurecido sus calles; devota y coqueta a la vez, porque cubre con sus joyas las imágenes sagradas, y se engalana y perfuma aún con los jazmines de sus patios... Tal era la ciudad que había estado entregada por tres días a la brutal codicia de los soldados de Dupont.
Redondo, gordo, con las piernas como una O; y, sobre esa panza, una verdadera cabeza de apóstol... Pedro, Andrés o cualquiera de ellos. Una linda barba redondeada, con dos mechas blancas que bajaban de la extremidad de los labios; una piel de pergamino amarillento, toda arrugada alrededor de los ojos, la cabeza calva, pero con dos tupés grises desgreñados, arriba de las orejas.
Pero la verdadera Mamette había debido llorar mucho durante su vida, y estaba aún más arrugada que la otra. También, como la otra, tenía junto a sí una niña del asilo de huérfanas, guardianita con esclavina azul que nunca la abandonaba, y el ver esos viejos amparados por esas huérfanas, era lo más conmovedor que puede concebirse.
Y se le enredó en los pies, haciendo eses con el cuerpo. «Parecía que el gato sabía ya algo de aquella traición». El sofá donde solía sentarse Ana llamó al Magistral con la voz de los recuerdos. En un extremo del asiento había un muelle algo flojo, la tela estaba arrugada; allí se sentaba ella. De Pas se sentó en la butaca al lado de aquella tela floja.
Por la arrugada frente de don Andrés pareció pasar una idea provocando su risa. ¿Sabes lo que pienso, Rafael? Que tú que eres joven y guapo, y has estado en aquellos países, podías dedicarte a conquistarla, aunque sólo fuera por bajarle un poco los humos y demostrar que aquí también hay personas. Dicen que es muy guapa y ¡qué demonio! la cosa no será difícil. ¡Cuando sepa quién eres!...
Palabra del Dia
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