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Su voz tembló de cólera al decir esto. Veía á su hijo arrastrando cadenas, recibiendo golpes lo mismo que un esclavo. ¡Ah! ¡no ser ella un hombre, para que la dejasen á solas con el lúgubre histrión de los puntiagudos bigotes que hacía gemir de dolor á tantos millones de mujeres!...

Una inmensa multitud circula por allí, sea matando el tiempo, sea buscando los negocios ó algo que si es negocio no está esento de ser pecaminoso. Las Francesas pululan, ligeras y provocadoras, arrastrando las anchas colas de sus trajes, y distinguiéndose perfectamente de las Catalanas y Españolas.

Junto á las corrientes de agua, en el centro del cauce y en las riberas que la humedad había cubierto de una débil capa de césped, trotaban las manadas de potros sin domar, al aire la luenga crin, arrastrando la cola por el suelo.

Era de ver a los que no tenían cama llegar y asir de los pies al acostado y sacarlo arrastrando en medio de la sala y encajarse en la cama, y aquél asir de otro para acomodarse.

Usted habrá visto arrastrando una existencia de miseria artistas de hermosa voz, que sin embargo cantan en los cafés como mendigos. La gente se indigna contra esta injusticia de la suerte. Hay que ayudarlos, hay que llevarles a la ópera. Y cuando van a ella, el fracaso más desolador acompaña su intento. Saben cantar bien una romanza, pero no pueden con una ópera entera.

Esta, pálida ya también, adivinando vagamente algo terrible, se dejó arrastrar sin saber lo que hacía. ¡Cecilia! gritó Ventura con una voz extraña que jamás le había oído su madre. Pero la niña no hizo caso. Siguió arrastrando a su abuela hacia la alcoba. Antes de llegar a la puerta, se presentó en ella el duque de Tornos.

Yo creo a veces que tengo mil años... ¡Y enferma! ¡Arrastrando para siempre las consecuencias de haber sido madre!... Deteníase al decir esto con prudente rubor, no osando confesar las internas tribulaciones que agitaban su organismo. Sus ojos iban hacia Karl con la expresión amorosa y triste de una artista que contempla su obra, fruto de penalidades, jirón doloroso de su propia existencia.

Los novios habían resuelto ir en coche para evitarse la curiosidad de la gente en la estación: además, la hora de los trenes no les pareció conveniente. Las seis mulas de tostado lomo corrían arrastrando a la pareja feliz hacia su nido. Los gritos de júbilo de los invitados y la rapidez de la marcha los embriagó por unos instantes: permanecían mudos sin saber qué decirse.

Vistióse con pausa, sin pedir auxilio á la doncella, y arrastrando un poco los pies, que iban calzados con unos pantuflos de raso amarillo, se acercó á la ventana. Las mañanas son frescas en este país hasta en el mes de Junio, y los cristales se habían empañado. Se puso á escribir distraídamente sobre ellos con su dedo rosado. Primero escribió su nombre varias veces.

Los negros encapuchados, silenciosos y lúgubres, sin otra vida que el brillo de los ojos al través de la sombría máscara, avanzaban de dos en dos con lento paso, guardando un ancho espacio entre pareja y pareja, empuñando el hachón de lívida llama y arrastrando por el suelo la larga cola de sus túnicas.