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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Pero una noche, o porque la dama estuviese de mal humor, o porque se gozase en mortificarle un poco, le trató con bastante despego mientras estuvo en el palco, le dejó abandonado a Pascuala mientras ella charlaba placenteramente con uno de sus jóvenes y aristocráticos amigos. El pobre Raimundo se abatió con este desprecio de un modo horrible. Ni siquiera tuvo fuerzas para despedirse.
No estarán demás otras recomendaciones.» Nada me gustaron los dos o tres pretendidos profesores que al día siguiente se presentaran en casa. No traían diplomas, ni recomendaciones. Más que austeros sacerdotes de la religión del bridge, más que aristocráticos súbditos de su majestad el Bridge, pareciéronme aventureros y caballeros de industria. Por eso los despaché...
Los bosques, las quintas, los castillos aristocráticos, las chozas rústicas, las colinas, las llanuras, los riachuelos, las sementeras, los ganados y las poblaciones, pasan por delante del viajero como visiones fantásticas ó cuadros de leyendas fabulosas; y la ilusion es tan poderosa algunas veces, segun la hermosura del paisaje, instantáneamente descubierto y perdido, que se llega hasta dudar de sí mismo y palparse para convencerse de que aquello no es un sueño, sino una gigantesca y sublime realidad de los prodigios de la civilizacion.
En un mismo día charlaba de mujeres, juego y caballos con la juventud desocupada y elegante de los clubs aristocráticos; luego pasaba la tarde en el pobre estudio de algún artista «independiente y desconocido», tuteándose con melenudos de botas destrozadas que tal vez no habían almorzado; asistía después a un té, donde flirteaba con damas de fama contradictoria, y comía en un palacio o en una taberna de bohemios, puesto de frac, para ir luego al Teatro Real.
A ti, que todo lo penetras, ¿cómo he de intentar engañarte? Pero, francamente, mis chistes y agudezas, mis habilidades, mis talentos de sociedad, todo queda deslucido sin algo de filosofía. La filosofía se ha puesto en moda entre las señoras de los círculos aristocráticos, a quienes sirvo, pretendo y tal vez enamoro. Me falta este charol; dámele, y seré irresistible.
No obstante, si lo era de hecho, dado que figuraba en todos los salones aristocráticos, en todas las listas de personas distinguidas que los periódicos publicaban al día siguiente de cualquier sarao, carreras de caballos, u otra fiesta cualquiera, de derecho distaba mucho de serlo por su origen. No podía ser más humilde.
Desde los misteriosos cuartitos de la Fonda de la Castellana, nidos poéticos de las mañanas de Abril y Mayo, hasta los ahumados chamizos de Maravillas y Tribulete; desde la elegante victoria de Muñoz, hasta la histórica calesa; desde los aristocráticos bastidores del teatro de Oriente, hasta las desgarradas bambalinas de Capellanes; todo le era familiar, todo conocido.
En vez de pedir merienda la cogía del aparador: espíritu de conquista, decía el general. Agradábale sobre manera ir limpio, bien vestido y majo: gustos aristocráticos, pensaba el buen señor. Una vez en la calle, viendo reñir a dos muchachos, y caer debajo al más débil, se arrojó a su defensa: clara muestra de comprender la misión de su nobleza.
Por su palabra grave y reposada, por sus modales aristocráticos sin altivez, pero donde se traslucía su linaje, por la leve insinuante sonrisa que acompañaba a su discurso, era el perfecto tipo del caballero a la antigua española. ¿Conque voy a tener el gusto de llamarle pronto pariente? ¡Oh! señor conde respondí todo sofocado, el honor sería para mí... pero no hay nada de eso. ¿Por qué no?
Egoísta hasta la brutalidad, era derrochador para sus placeres y tacaño feroz cuando se trataba de las necesidades de los demás. Encontró ridículos los gustos aristocráticos de su esposa, y los suprimió despóticamente. Vendió el carruaje y los caballos, y doña Manuela, que tan exigente se mostraba en materia de ostentación con su primer esposo, acató servil y gustosa las órdenes del segundo.
Palabra del Dia
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