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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Debe ser alguna guaranga, degradada como tú... ¡Esta me la has de pagar! ¡Ha de arder Troya! Usted ha manchado mi familia y mi nombre, arrastrándolo por las últimas capas sociales. ¡El nombre de los Berrotarán! Si mi padre viviera, ya te habría molido las costillas; treinta años fue militar, y mi madre no tuvo jamás una queja.
Se le ve arder calenturiento y agitado por súbitas y precipitadas exhalaciones, mientras toda su inmensa extensión permanece obscura y helada. Aquella luz impresionó la mente de Clara de un modo muy extraño. Lejos de infundirle temor, le pareció ver allí alguna cosa interna, más profunda que el profundo cielo, que parecía estar abierto por aquel punto.
El sol no teñía por igual la superficie de aquel océano nubloso: en unas partes lo matizaba levemente de rosa, en otras de oro; á trechos lo dejaba en sombra y á trechos lo hacía arder en resplandores. Nuestra pareja se hallaba sobre la misma cresta de la Peña Mayor, que formaba una de las varias islas de que estaba sembrado.
Pero cuando la luz de la lámpara oscila, la portentosa beldad de la princesa se confunde; los perfiles, las sombras, los colores, todo se altera y se combina por tal arte, que Ferragut se asusta y cree tener un vestiglo entre sus brazos. Vuelve la luz á arder sin oscilación y la princesa recobra sus admirables atractivos.
Salió con las mismas insignias de condenado que los dos últimos, y habiéndosele leído su sentencia con méritos, fue relajado al brazo seglar para arder vivo en las llamas con confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapso, convicto, confeso y obstinadísimamente pertinaz. RELAJADOS EN ESTATUA Y EN sus huesos
Matar más de cien toros por año, con los peligros y esfuerzos de la lidia, no le fatigaba tanto como el viaje durante varios meses de una plaza a otra de España. Eran excursiones en pleno verano, bajo un sol abrumador, por llanuras abrasadas y en antiguos vagones cuyo techo parecía arder. El botijo de agua de la cuadrilla, lleno en todas las estaciones, no bastaba a apagar la sed.
Gabriel guardaba un botón del uniforme del criollo, que en una de estas rebeliones de su debilidad había quedado entre sus dedos. Después, cansados los atormentadores de la inutilidad de sus violencias, le dejaban olvidado en la mazmorra. Un pan y unos trozos de bacalao seco eran su comida. La sed, una sed infernal, le desgarraba las entrañas, le oprimía la garganta y hacía arder su boca.
Se nos presentaba, pues, una perspectiva de gratas conferencias, que me embriagaba de alegría. Concluirán por saberlo más tarde o más temprano dijo. Pero ¿qué? Trabajo les mando si intentan llevarme la contraria. Y en sus ojos hermosos vi arder una chispa de travesura provocativa que me convenció, en efecto, de que no sería empresa fácil conducirla por caminos que ella no quisiera seguir.
FERRANDO. ¡Cáspita! ¿Y no la atenacearon? JIMENO. Buenas ganas teníamos todos de verla arder por vía de ensayo para el infierno; pero no pudimos atraparla, y sin embargo si la viese ahora... GUZMÁN. ¿La conoceríais? JIMENO. A pesar de los años que han pasado, sin duda. FERRANDO. Pero también apostaría yo cien florines a que el alma de su madre está ardiendo ahora en las parrillas de Satanás.
Pero el Rey, al contemplar á Doña Blanca, siente arder en su pecho violenta pasión, y para satisfacerla, toma la indigna resolución de nombrar á D. Martín general del ejército para seducir en su ausencia á Doña Blanca. D. Martín, no sospechando nada, accede á los deseos del Rey, el cual, sobornando á los criados, se introduce la noche siguiente en el dormitorio de Doña Blanca.
Palabra del Dia
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